En los
regímenes dictatoriales, tiránicos y totalitarios, el poder no tiene que darle
cuentas a nadie porque se asume como valor absoluto de los mandones de
turno. El principio de la
responsabilidad para con el pueblo sobre el cual gobiernan --- si a eso se le
puede llamar gobierno --- les es ajeno y abominable, ya que el poder se
legitima a sí mismo con la fuerza.
Realmente en esos casos no se trata de regímenes políticos sino de
maquinarias de poder avasallador, contra ideas, personas y sociedad.
Todo lo
anterior niega el principio rector de la sociedad democrática, que consiste en
dar cuenta y cultivar el consentimiento de los gobernados para validar
normativamente --- normas y leyes --- la acción del Estado y del gobernante.
Cuando
en Puerto Rico nos planteamos ese problema abismático de la responsabilidad de
los gobernantes --- como personas y como clase --- tenemos que ejercitar
implacablemente la memoria histórica.
¿Quiénes y a cuenta de qué nos han gobernado de 1969 al 2014? No se trata de dictaduras ni de
totalitarismos, sino de gobiernos legales, constitucionales y políticamente democráticos,
por lo menos nominalmente. De tal
manera que nuestra presente crisis económica y fiscal se remite a las acciones
de esos 7 gobernadores, la mayoría de los cuales controlaban las dos Cámaras legislativas, y cuando no las
controlaban obtenían su aprobación para sus propuestas, con la sola excepción
de Aníbal Acevedo Vilá, contra quien Primitivo Aponte y los falsos auténticos
libraron una guerra santa para sabotear su gobierno.
En todo
caso, sumados todos esos personajes, constituyeron y aun constituyen la clase política
del País, y mientras este se hunde en el hoyo negro de la quiebra económica y
fiscal, disfrutan, inmoralmente, de sus escoltas, cabildeos y fundaciones
trompito a costa del pueblo empobrecido de Puerto Rico. ¡Así paga el diablo!
Existe,
como corona de esa irresponsabilidad cumulativa, el episodio siniestro de la
destrucción de las empresas 936, espina dorsal de nuestro desarrollo
industrial, empleo bien remunerado y numeroso, y sostén --- por su efecto
multiplicador --- del crecimiento económico que a la vuelta de la esquina se
traduce en solvencia fiscal, en vez de la crisis aparentemente terminal que hoy
sufrimos. Ese es el legado
abominable de Romero, Rosselló y Fortuño, en busca de la quimera de la
estadidad.
Ese es
el legado, en fin, de esa clase política
ñoña que hemos sufrido durante el último medio siglo.
Luego analizaré la crisis fiscal a la luz de otra dimensión de la irresponsabilidad que
la ha provocado: la dimensión federal.
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