En todo
sistema político el analista tiene que vérselas con dos constantes --- los
gobernantes y los aspirantes a gobernantes, ya sea mediante la legitimidad democrática
o mediante la fuerza bruta que asalta el poder del pueblo en las tiranías,
dictaduras y totalitarismos, en los que se utiliza al pueblo para escalar el poder,
cuando ese asalto es pacífico y demagógico hasta el momento del éxito. De ahí en adelante no se pretende dar
razones, las pasiones bastan, con la fuerza bruta de escudo.
En los
regímenes democráticos representativos la ecuación razón-pasión tiene otro
carácter y representa una división del trabajo, en el tiempo y en el proceso
mismo de aspirar al poder o de gobernar para y con el consentimiento de los
gobernados.
El
proceso cotidiano de proyectar ideas, programas y estrategias administrativas
de toda índole --- económicas, de educación y salud, de seguridad y
responsabilidad fiscal, pertenece al ámbito de la razón, de la inteligencia práctica,
carentes, claro está, de exactitud total y predecibilidad de éxito seguro. Porque participa esa dimensión del
reino de la acción, que es siempre inseguro, variable, inexacto. Constituye, sin embargo, un quehacer
racional, cuando se define, se declara y se defiende como futuro posible.
Ligado
y condicionado --- facilitando o impidiendo --- ese proceso racional, están las
pasiones humanas del poder, el dinero, las influencias malsanas, muchas veces
más poderosas que la razón:
apetitos, sed de gratificaciones instantáneas, narcisismo protagónico, afán
de dominio y ostentación. Ese
proceso rodea y condiciona lo que los procesos y la voluntad racional definen,
proponen y quieren realizar como futuro de la comunidad política.
En los
dos grandes partidos que se turnan en el poder gubernativo en Puerto Rico, esa
dupleta razón-pasión va cobrando visibilidad y perfil ostensible. No se trata de que la ambición política
personal sea irracional. Tiene la razón
práctica de ser necesaria al proceso democrático. Todo depende de cómo se proyecta, tiempo, espacio y
circunstancias. Carente de medida
y de prudencia puede derrotarse a sí misma, además de derrotar la causa serena
y trabajosa de la razón práctica.
¿Estoy
hablando en lenguas, o me entienden mis lectores residentes en Puerto Rico en
el 2014? Estoy hablando de la
pequeñez moral de los verdaderos autores del presente desastre, de 1980 al
2012: de la pasión de los puestos,
las candidaturas, los contratos, las escoltas, y suma y sigue. En todos estos casos la pasión egoísta
derrotó a la razón generosa.
La razón
como capacidad y la inteligencia como método no funcionan solas. Se valen de los principios activos de
la voluntad, la perseverancia, el valor, para dirigir y transformar el mundo
externo de las cosas. Por el otro
lado, la pasión sola no produce soluciones, ni aun los que sus deseos
anhelan. Necesita dirección, luces
que le señalen los medios para sus fines de gratificación.
Traducido
lo anterior al mundo casi caótico en que vivimos, no es difícil entender que en
el proceso social que liga la razón con la pasión el gobierno de un pueblo ---
democráticamente legitimado, y la administración de que se vale para realizar
sus fines de servicio público --- representa la “razón práctica” que dirige la acción
administrativa, mientras que los deseos, las demandas del pueblo, los entramados
de la política partidista, representan la pasión. Pero la pasión no puede dirigir porque es egocéntrica. Lo más que puede hacer es contribuir con
la energías para mover la inteligencia hacia fines deseables.
Ni la razón
es de por sí pura y transparente, ni la pasión necesariamente destructiva del
Bien Común. La pasión provee la
fuerza que necesita el gobierno; la razón provee la dirección. Sin la pasión, la política es inerte;
sin la razón es ciega, vacía, abstracta.
Dígame
el lector por dónde andamos respecto a esta ecuación constitutiva de toda política,
especialmente dónde estamos y cómo estamos en el Puerto Rico de 2014.
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