El
principio de la “unidad” política como aspiración práctica
para el cambio administrativo en una democracia es siempre un ideal admirable y
una quimera real. Porque la
condición persistente de todas las sociedades libres es la pluralidad de
intereses, de valores, de aspiraciones y de instrumentos políticos para
realizar el bien común.
Lo
anterior obliga a abrazar el consenso, el acuerdo práctico,
como vía realista que supera los conflictos de clase, casta e ideologías en
busca de la felicidad social.
En los
regímenes históricos de Grecia, Roma y los primeros siglos de la Edad
Moderna, la casta de tierra y sangre, o la clase económica dominante en las
decisiones políticas, antecedieron a la presente estructura de la democracia y
las luchas políticas en términos de partidos, intereses y grupos de presión
organizados en torno a la riqueza y a la propiedad, o ausencia de ellas.
Por eso
nuestra democracia --- aun siendo tan frágil y tan endeble --- se organiza y se
conduce en términos de Partidos electorales. Ese es el centro decisivo de nuestra vida política, en
Inglaterra desde el siglo 18, en Estados Unidos durante y desde el siglo
19. El primer nombre que los
norteamericanos le pusieron a esos partidos fue “facciones”, que por sus intereses
propietarios le dan la espalda al Bien Común. Con todo y eso, ese es hoy el sistema democrático, con 225 años de experiencia en E.E.U.U. y la mitad de ese
periodo en Puerto Rico. Quien
quiera alterar el producto de ese sistema, electoral y cuatrienal, debe
convertirse en partido: con
programa, con pueblo, con liderato que pese en la opinión pública.
Sirvan estas breves
observaciones para juzgar las perspectivas electorales del nuevo partido
---MUS--- soberanista y reformista, cara a noviembre próximo.
Desde mi punto de
vista no le veo porvenir de éxito alguno a esa aventura. Ni veo que tenga pueblo, ni veo que
tenga liderato reconocido de tipo político práctico ya que su liderato lo
forman un grupo excelente de amigos y conocidos sin gravitación política alguna
en nuestro pueblo.
Por ejemplo, su
candidato a gobernador, el eminente cirujano Enrique Vázquez Quintana, tiene
ante sí una difícil operación.
Viene desilusionado del campo estadista y salta al independentista. Si la primera opción era difícil, la
segunda es imposible, a partir del
carácter político de nuestro pueblo.
Este tipo de
iniciativa, que abandona la lucha cívica y de educación política ---como para
su crédito ha hecho el MINH--- para lanzarse a una lucha electoral política en
un país agobiado y pisoteado por el cáncer de Luis Fortuño y su ganga de
depredadores del tesoro del pueblo y de sus instituciones históricas, está
abocada a la simpatía moral, pero al rechazo electoral del pueblo, que quiere
deshacerse del pichón de dictador inescrupuloso, que es Luis Fortuño.
Ese error político de
los amigos del MUS tiene conspicuos antecedentes, aquí y fuera de aquí. El PAC y el PIP, para no hablar del
partido-negocio de Rogelio Figueroa, le han antecedido en pareja ilusión.
En los Estados Unidos
en 1948, Henry Wallace y Rexford Guy Tugwell intentaron lo mismo porque no les
satisfacía Harry S, Truman, y por dos veces --- en 2004 y 2008--- Ralph Nader
insistió en su chifladura presidencial y lo único que logró: fue derrotar a Al
Gore y John Kerry, infinitamente superiores a George Bush. Ross Perot intentó lo mismo dos veces
con igual resultado negativo.
El MUS en noviembre no
puede lograr nada bueno y puede provocar algo muy malo: la perpetuación del perverso y
mentiroso Fortuño en la Gobernación.
¡Triste manera de hacer patria!
Puerto Rico necesita
restituir la vergüenza en la administración publica, el decoro y la ley. Necesita recobrar al Tribunal Supremo
de la denigración que Fortuño le ha infligido. Necesita restituir al Colegio de Abogados en su alto sitial
moral, profesional e histórico.
Necesita restituir la autonomía y la inteligencia en la Universidad,
entre muchas otras cosas. ¿Va a poder hacer eso el MUS en enero del 2013?
Para todo lo anterior,
el pueblo necesita integrar voluntades y votos donde cuentan para derrotar a
Fortuño. No disipar las fuerzas en la desunión y en juguetes políticos que
no pueden sino complacer pruritos ideológicos tan puros que resultan
irrelevantes.
Para eso no hay
pueblo, y seria suicida que lo hubiera.