Hace 52
años, mientras disfrutaba de una beca post doctoral en la Rockefeller
Foundation en la Escuela de Economía de Londres, conocí a un erudito canadiense
especialista en la historia de los partidos políticos de Inglaterra durante los
siglos 18, 19 y 20. Sus
investigaciones fueron vertidas en un grueso volumen --- The History of British
Political Parties.
Su
nombre era Robert McKenzie y trabamos una amistad personal y académica, que
incluyó sus visitas, con otros compañeros, a mi residencia en la calle Kenton,
próxima a la famosa Russell Square, junto a otros colegas, uno de los cuales
traje a la Universidad de Puerto Rico, de nombre Asher Tropp.
Pues
bien, la tesis central del libro de McKenzie era por demás sencilla: los líderes políticos en las
democracias anglosajonas se convertían en tales no por herencia, nombramiento o
asalto al poder mediante la fuerza del dinero o la pretensión oligárquica, sino
en virtud de que sencillamente “aparecían” en el escenario político y
succionaban el aire por sobre todos los demás. Es decir, el auténtico líder “aparece” y se queda con el
escenario. Sostengo que en el
Puerto Rico que vivimos, sólo Carmen Yulín Cruz Soto llena las especificaciones
del líder que no hereda, a quien no nombran, y quien no puede comprar u obligar
a su reconocimiento, sino que mediante su carisma personal, su carácter, se
impone, “aparece”, y deja sin aire a los líderes usuales y pedestres que, o
compran, o suplican, o heredan su reclamo al poder político.
Frente
a esos “aparecidos”, los líderes usuales y ordinarios parecen mecánicos,
plomeros, hojalateros del poder, sin “ángel”, sin intuición moral magnética
frente al pueblo que clama por guías.
Lo que
observamos hoy, en la toma de posesión de la flamante alcaldesa de San Juan, es
un caso patente de lo que mi amigo Robert McKenzie llamó al auténtico
líder: el “aparecido”.
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