Cuando
hablamos de economía, que es el reino de los medios con los cuales se alcanzan
o no los fines y se realizan los valores de la sociedad, no hablamos de prevención,
sino de ejecución, de integración de factores objetivos, cuantitativos,
existentes o no en el plano material de las empresas y los negocios.
Cuando
por el contrario aludimos y proponemos o prometemos reformar o por lo menos
remediar las grandes vicisitudes sociales, no estamos hablando de cantidades,
sino de cualidades y calidades, de valores y sentimientos, de pasiones e
intereses. Entonces el discurso
oficial y el diagnóstico que quiere ser punto de partida de una reforma social
valorativa, ética y transformadora se abrazan a un concepto central de análisis
y cambio: la prevención.
Me
pregunto si todos los que utilizamos el concepto sabemos a ciencia cierta con
lo que nos estamos comprometiendo.
Porque aquí no se trata de un sector intelectualmente aislable,
separable del conjunto total de la vida humana en sociedad, sino de la sociedad
entera en su pálpito y su problemática total. Decir, un gobierno o un funcionario, que se va a dedicar a
la prevención como estrategia de cambio, es suponer que la sociedad toda,
entera, puede constituirse en problema objeto de reforma.
Pensemos
hoy en la seguridad ciudadana.
Este gobierno heredó un desorden total en la ejecutoria de la Policía de
Puerto Rico. Cuatro
Superintendentes y la misma anarquía social --- no sólo en la comunidad, sino
en la conducta de los policías, desde su jefe máximo hasta el ultimo oficial de
plantón. Si se quiere resumir drásticamente
esa condición, la situación es sencilla: los policías no son capaces de lidiar con los criminales ni con los
ciudadanos. Porque el policía
tiene que ser un amigo, un maestro, un orientador del ciudadano, no un déspota,
un abusador, un enemigo. Porque en
su caso la dichosa prevención no creó conciencia de derechos del ser humano y
del ciudadano, porque en los últimos años fueron indoctrinados en “la mano dura”
de Rosselló y Fortuño, así la practicaron en la Universidad y en el Capitolio.
Hoy día
esa Policía anda en sindicatura federal, herencia del faraón de los embusteros,
Luis Fortuño. Las instrucciones
para ello fluían de Fortaleza, de Marcos Rodríguez Pujadas, que pensaba, por
propia confesión, con las patas.
El
programa de prevención en la Policía es sencillamente un programa educativo, cívico,
que en su conducta el policía pueda transmitir al ciudadano, que lo paga y lo
autoriza.
Cuatro
Superintendentes de la Policía en cuatro años para terminar en
sindicatura. La razón es
sencilla: la función principal de
la Policía tiene que ser preventiva, pero para ello tiene que reeducarse sobre
derechos, sobre formas de comunicación correctas con el público, sin descartar
la dimensión en la que, frente al criminal agresivo, tiene que usar la fuerza,
toda la que sea necesaria, para su propia defensa y la del ciudadano en
peligro.
Lo
anterior supone un vasto programa preventivo: en la educación del policía, en su forma de lidiar con el
delincuente, incluyendo al ciudadano que, sin ser violento, presenta rasgos de
reto al orden y al oficial policíaco.
Ese debe ser el caso más infrecuente. Lo importante es no convertir ese caso en norma, y usar el
mollero en vez de la mollera.
¿Prevención? Si, pero sépase que es más difícil que
el macaneo, y nada tiene que ver con el abuso de la fuerza bruta.
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