Awilda
Carbia hubiese tenido una buena idea de lo que pasa en Puerto Rico si no nos
hubiese abandonado prematuramente.
Porque a todos los niveles de nuestra vida pública y social ---
económica, financiera, legislativa y cultural, educación, Universidad,
Municipios --- no sólo nos estremece el desencanto, sino la desmoralización y
el descreimiento con relación a aquellos que nos ofrecieron salidas posibles,
eficientes y éticamente responsables.
Un
cuatrienio no consiste de un mes y pico de tanteos, temblequeos y expresiones
melosas de buenas intenciones. El
liderato político, como los árboles recios que van a la construcción de
nuestros hogares y edificios, tienen que tener núcleos duros y resistentes,
además de corteza y cáscara. Eso
es lo que el País echa de menos en su gobernador a tres meses de su victoria
electoral de noviembre.
Aventuro
una tesis explicativa del desencanto del pueblo frente al nuevo gobierno. No debe tomarse literalmente en sus
términos, porque se trata de una idea histórica y filosóficamente compleja.
Se
trata de lo siguiente. La
democracia representativa, no menos que las monarquías absolutas o moderadas,
supone en el fondo una actitud de expectativa de que el rey --- monarca o
presidente --- le responda a la sociedad por la dirección y el rumbo del
Estado. En las monarquías la
herencia y la tradición se encargan de realizar esa expectativa del
pueblo. Los pueblos son monárquicos
en su sicología política aunque sus constituciones sean liberales, de separación
de poderes y de mecanismos electorales para escoger dirigentes, que
efectivamente dirijan. La vida política,
democracia o no, aborrece el vacío.
En el
Puerto Rico que vivimos, a tres meses del cambio político, eso es lo que
percibimos y vivimos, el vacío. Un
vacío que me recuerda la poesía de Palés de 1936: PUEBLO – “Piedad Señor, para mi pobre pueblo, donde mi pobre
gente se morirá de nada…”
Hay políticos
que son simpáticos, atractivos, locuaces, decentes y honestos, pero no tienen
“gravitas”, o “dignitas”, como exigían los romanos de sus dirigentes. Ese tipo de político, llegada la hora y
la necesidad de la acción, se convierte en otro espectador, a merced de que los
marrulleros y los tajureadores del poder y del dinero le permitan adelantar su
supuesta visión y programa comprometido al pueblo. En esa tesitura, sólo necesita una derrota, una vacilación,
una entrega --- como hizo Fortuño con Rivera Schatz --- para convertirse,
prematura y deslucidamente, en historia.
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