Las decisiones políticas --- electorales --- en la democracia suponen, a un nivel
constitucional, un alto grado de continuidad. Pero al nivel de políticas públicas, de la acción y la
legislación, suponen el cambio que justifica que el pueblo concurra al colegio
electoral, porque para eso es que sirve ese sistema, para el cambio. Lo contrario aconsejaría votar siempre
por el mismo partido y los mismos gobernantes. Como parece que ocurrió el pasado 6 de noviembre.
Esa reflexión
debe explicar el profundo desencanto que sufren vastas capas de este pueblo
ante el primer mes de actuaciones de Alejandro García Padilla. Porque ningún sector del electorado
puertorriqueño que yo conozca favorece un gobierno de venganzas, ni de persecuciones baladíes, personalistas,
partidarias. Pero no favorece
tampoco la falta de entereza, de coraje, de valor, para corregir, rectificar y
sustituir políticas y actuaciones malsanas y corruptas. Por eso votó, y contra eso votó. Por eso produjo, al menos para una
flaca mayoría, compuesta por votantes de partidos nuevos, de ideologías
diferentes, un mandato para la erradicación de cuajo de la corruptela
fortuñista. Ahora sabemos que
nominalmente la erradicó, en la persona de Fortuño, de algunos legisladores y
jefes corruptos de agencias, pero no de cuajo: las raíces se quedaron ahí y siguen gobernando gracias a la cobardía
política de Alejandro García Padilla.
He
sostenido antes en este espacio que la vida real de nuestro pueblo gira en
torno a cuatro renglones que deciden o no lo que Muñoz Marin llamaba
deliberadamente “la vida buena”. Estos son la salud
--- la vida como tal, saludable y segura ---;la transportación, internacional y
local; la seguridad en las calles y en nuestros hogares; y la educación, el
desarrollo de destrezas y saberes para conocer el mundo: la naturaleza, la historia, las
ciencias, las artes y las tecnologías que resultan de estas.
En
todas esas dimensiones el gobernador ha actuado como un clon de Luis
Fortuño. Por eso digo que vive: ¡Alábalo!
Se
entregó a los federales legitimando así los arreglos de Fortuño, sin afirmar
los poderes que le concede la Constitución como Jefe de la Policía, que nombra
al Superintendente. Entregó,
cobardemente, el Aeropuerto Luis Muñoz Marín a unos mejicanos listos, por 40
años, echando por la borda el desarrollo de nuestros otros aeropuertos y el
desarrollo económico que estos podrían generar.
En el área
de la salud se está hablando un lenguaje ambiguo, que quiere complacer a todos
los intereses encontrados, sin atreverse a dirigir la prestación de servicios,
su costo, su administración, y los medicamentos que esquilman el bolsillo de
los pacientes. El grupito de
guaynabitos populares --- Rafael Hernández Colón, José Alfredo Hernández
Mayoral, Roberto Prats, Marisara Pont, los hermanitos Agrait, y el “Big
Brother” de tan triste recordación en la Universidad --- controlan el acceso y
la comunicación con el gobernador. ¿Y el pueblo? ¡Que vote
como se le ordene en noviembre de 1916!
En esta
columna le estoy comunicando a Alejandro García Padilla lo que los novios
románticos pedían a la hora del desencanto: ¡Devuélveme mis cartas y mis pañuelos!
¿Y al
buen pueblo de Puerto Rico que de buena fe votó por un cambio y lo que le han
administrado es un sopetazo? Que
empiece a marchar al rescate de su propia vergüenza. El Aeropuerto debe constituir la primera cita contra ese
“gasoducto aéreo”, que ciertamente es peor que el gasoducto terrestre de
Fortuño. Con la diferencia
de que Fortuño vino de frente, mientras que ahora, el gobernador afirma y niega al mismo tiempo. ¿Dónde está el
Jorge Masol que nos convoque y nos dirija a paralizar la entrega bochornosa del
Aeropuerto?
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