domingo, 3 de febrero de 2013

¡Fortuño Vive! ¡Alábalo!


Las decisiones políticas --- electorales --- en la democracia suponen, a un nivel constitucional, un alto grado de continuidad.  Pero al nivel de políticas públicas, de la acción y la legislación, suponen el cambio que justifica que el pueblo concurra al colegio electoral, porque para eso es que sirve ese sistema, para el cambio.  Lo contrario aconsejaría votar siempre por el mismo partido y los mismos gobernantes.  Como parece que ocurrió el pasado 6 de noviembre.

Esa reflexión debe explicar el profundo desencanto que sufren vastas capas de este pueblo ante el primer mes de actuaciones de Alejandro García Padilla.  Porque ningún sector del electorado puertorriqueño que yo conozca favorece un gobierno de venganzas, ni de  persecuciones baladíes, personalistas, partidarias.  Pero no favorece tampoco la falta de entereza, de coraje, de valor, para corregir, rectificar y sustituir políticas y actuaciones malsanas y corruptas.  Por eso votó, y contra eso votó.  Por eso produjo, al menos para una flaca mayoría, compuesta por votantes de partidos nuevos, de ideologías diferentes, un mandato para la erradicación de cuajo de la corruptela fortuñista.  Ahora sabemos que nominalmente la erradicó, en la persona de Fortuño, de algunos legisladores y jefes corruptos de agencias, pero no de cuajo:  las raíces se quedaron ahí y siguen gobernando gracias a la cobardía política de Alejandro García Padilla.

He sostenido antes en este espacio que la vida real de nuestro pueblo gira en torno a cuatro renglones que deciden o no lo que Muñoz Marin llamaba deliberadamente “la vida buena”.  Estos son la salud --- la vida como tal, saludable y segura ---;la transportación, internacional y local; la seguridad en las calles y en nuestros hogares; y la educación, el desarrollo de destrezas y saberes para conocer el mundo: la naturaleza, la historia, las ciencias, las artes y las tecnologías que resultan de estas.

En todas esas dimensiones el gobernador ha actuado como un clon de Luis Fortuño. Por eso digo que vive: ¡Alábalo!

Se entregó a los federales legitimando así los arreglos de Fortuño, sin afirmar los poderes que le concede la Constitución como Jefe de la Policía, que nombra al Superintendente.  Entregó, cobardemente, el Aeropuerto Luis Muñoz Marín a unos mejicanos listos, por 40 años, echando por la borda el desarrollo de nuestros otros aeropuertos y el desarrollo económico que estos podrían generar.

En el área de la salud se está hablando un lenguaje ambiguo, que quiere complacer a todos los intereses encontrados, sin atreverse a dirigir la prestación de servicios, su costo, su administración, y los medicamentos que esquilman el bolsillo de los pacientes.  El grupito de guaynabitos populares --- Rafael Hernández Colón, José Alfredo Hernández Mayoral, Roberto Prats, Marisara Pont, los hermanitos Agrait, y el “Big Brother” de tan triste recordación en la Universidad --- controlan el acceso y la comunicación con el gobernador. ¿Y el pueblo? ¡Que vote como se le ordene en noviembre de 1916!

En esta columna le estoy comunicando a Alejandro García Padilla lo que los novios románticos pedían a la hora del desencanto: ¡Devuélveme mis cartas y mis pañuelos!

¿Y al buen pueblo de Puerto Rico que de buena fe votó por un cambio y lo que le han administrado es un sopetazo?  Que empiece a marchar al rescate de su propia vergüenza.  El Aeropuerto debe constituir la primera cita contra ese “gasoducto aéreo”, que ciertamente es peor que el gasoducto terrestre de Fortuño.  Con la diferencia de que Fortuño vino de frente, mientras que ahora, el gobernador afirma y niega al mismo tiempo. ¿Dónde está el Jorge Masol que nos convoque y nos dirija a paralizar la entrega bochornosa del Aeropuerto?

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