El
Partido Popular Democrático se insertó en el protagonismo político de Puerto
Rico sobre la base de dos principios esculpidos en su nombre. Popular
porque representó la inserción, por primera vez, del pueblo como actor en el drama de su propia vida. Democrático
porque significó que por primera vez en su historia todo el pueblo, el demos de que hablaron los griegos, participó
directamente en la decisión electoral, en 1940. Hasta entonces en Puerto Rico la política era un asunto de
las minorías que ostentaban las curules del poder económico --- tierra, café,
tabaco, caña --- cuyos representantes iban a legislar por ellos y para ellos en
la Legislatura colonial, con los escasos poderes que entonces tenía. Los colmillús en sus faenas oligárquicas
de tierra y estirpe, y sus abogados y contables en la Legislatura de Puerta de
Tierra. Eso era la Coalición de
republicanos y pseudo-socialistas de entonces.
La
irrupción dramática del PPD y Luis Muñoz Marín --- y toda una luminosa generación
de servidores públicos --- en los escenarios del poder democrático, significó
una “revolución pacífica”, como la llamaron tanto nativos como extranjeros.
Aquella
revolución --- política, moral, administrativa --- duró 28 años. Su líder, don Luis Muñoz Marín ---
haciéndose cargo de una profecía que él mismo había acuñado, en el sentido de
que al Partido Popular lo derrotaría, si acaso, sólo el mismo Partido Popular
--- se encargó de derrotarlo en 1968, mediante un brote caudillista que anuló
la democracia y trajo al poder a Luis Ferré y el Partido Nuevo
Progresista. Cuando se escriba esa
historia, sin ditirambos, sino sólo con los hechos, el País sabrá, o recordará,
la geometría de la parábola histórica que va desde el 1936 en Yauco al 25 de
julio de 1968 en el Hiram Bithorn.
El Antonio R. Barceló de Yauco se convirtió en el Luis Muñoz Marín del
Hiram Bithorn, y el Muñoz de Yauco se convirtió en el Roberto Sánchez Vilella
del 1968 --- víctimas de dos maquinarias políticas equivalentes.
La del
Hiram Bithorn constituyó la primera crisis moral y política del PPD y produjo
su primera derrota en 1968. Del
1969 al 2008 el PPD caminó con muletas, casi cuadraplégico, con el nombre ---
“popular y democrático” --- pero sin carisma, sin voluntad renovadora, hasta su
peor debacle en el 2012, a manos de un farsante hipócrita e incompetente, Luis
Fortuño, que en sólo cuatro años se desvistió ante el País como el fraude moral
que siempre fue. El País reaccionó
y lo botó --- con b larga --- volviendo a la única opción que parecía
prudente. A los tres meses de esa decisión,
el PPD sufre su segunda crisis moral en sus 73 años de vigencia pública.
Un
partido que irrumpió en la vida política anclado en los más altos ideales de
democracia política, justicia social, y autonomía constitucional, se ha tomado
3 meses para desvestir ante el País su crisis terminal: porque cuando la primacía de las
necesidades del pueblo, sus angustias económicas y su inseguridad física se
sustituyen --- como prioridades de sus legisladores --- por los chavos de sus
dietas, de sus carros, y de los sueldos astronómicos que se comprometieron a
corregir como imperativos morales, parece hora de conducir a ese partido a la
funeraria que entierra a los falsetes y a los violadores de sus contratos con
el pueblo.
Dudo
mucho que haya recuperación política para este gobierno y este partido cara al
futuro. Porque no se trata sólo
del afrentamiento económico de sus legisladores. Se trata de la quiebra económica y financiera por la que
atraviesa el País, tras cuatro años del vandalismo de Luis Fortuño. Si no ha habido voluntad y liderato
para librar al PPD de la vergüenza --- de su acto de “striptease” moral de estos
tres meses --- mucho menos los habrá para enfrentar la quiebra objetiva de la economía,
el desastre de la educación, la destrucción de la Universidad y la anarquía en
la calle.
Con
frases huecas y besos y abrazos, con optimismo bla bla bla y entusiasmo retórico
no se transforman esas realidades objetivas.
If you abolish the minimum wage, the problem of inequality will worsen. There has been an increase in inequality in the United States due to technical progress and globalization. The middle class is falling behind and every proposal coming from the Republican Party has the effect of impoverishing it more and more. The problem is not the minimum wage which, when you account for inflation, should be $10.
ResponderEliminarThe problem is the lack of demand and the insistence of the Tea Party in reducing it even more by its obsession to reduce the deficit. What needs to be done is to increase the taxes on the wealthy and we would have a boom like it happened during the Clinton years. But the Tea Party is making sure that does not happen.
In Puerto Rico taxes also have to be increased on the only people that could pay them. The problem is it is those same people who are running the government that continue to shift the burden of taxation to the poor and the working classes. The result, as it is clear to all, is the economic bankruptcy of the Puerto Rican economy.
Muñoz Marírn at one point was able, with the help of the voting public, to put in check the wealthy classes. But today the wealthy classes control both parties and the situation has reversed itself to the times prior to Muñoz Marín. The people are no longer the actors of history because there is no party that represents their interests.
The government is selling its public assets, such as the airport, because the economic forces that control both parties do not want to pay the taxes that are needed to build up the infrastructure that Puerto Rico needs.
If the average citizen in Puerto Rico is to have more power, it must have it where it counts: in Congress. As it is, power is too concentrated in the office of the governor, which is just fine for those who elect and depose the governors in Puerto Rico. One governor and one resident commissioner representing 4 million people is a lot cheaper to buy than 8 Congressmen each claiming jurisdiction over 500,000 people.
Technology and the Internet have eliminated distance. Puerto Rico needs to adjust to the new circumstances. We cannot, in the 21st century, continue to believe in 19th century dreams.