domingo, 29 de septiembre de 2013

La Política y la Felicidad Privada


La insigne filósofa hebrea Hannah Arendt nos ha legado iluminadores estudios sobre el totalitarismo, principalmente el nazi de Alemania y el fascista de Italia y España:  Hitler, Mussolini y Franco, con sus correspondientes aplicaciones a Rusia, y Cuba en estos días, por más de medio siglo.

Como contraste palmario con esos totalitarismos, en que un hombre o un grupo se atribuye a sí mismo el monopolio de la verdad y la virtud --- a palo limpio, de cárcel y muerte contra los que reclaman libertades individuales y civiles contra las pretensiones omnímodas y omniscientes del Estado.

La fuente moderna de impugnación de ese totalitarismo lo ubicó la profesora Arendt en el pensamiento político que gestó la revolución norteamericana, cuajado en su Constitución y en su praxis política de dos siglos.  Destaca para ello la estudiosa que John Adams, el segundo Presidente de la nación --- de 1797 al 1801 --- sentó la base filosófica para la esperanza republicana y democrática de un gobierno justo y eficaz.  Porque, decía John Adams, esa esperanza y posibilidad sólo se afinca en la realidad si el político considera la felicidad pública como su propia felicidad, porque la primera es condición de la segunda.  Piense, si no, el lector ¿cómo sería posible el político feliz que gobierna sobre una sociedad desgarrada, violenta, empobrecida y escéptica, en otras palabras, infeliz?

Tal intuición filosófica y valorativa plantea nada menos que el abismático problema de la motivación en la vida pública:  ¿a qué va el político a esa vida pública, si no es a producir, con sus muchas o pocas luces, la felicidad pública, condición de su propia felicidad?

Recientemente  le escuché expresar al ex Presidente Bill Clinton un pensamiento gemelo al de John Adams.  “La vida privada”, dijo, “es mucho más deseable que la vida pública, pero eso es así sólo si la política lo permite”.

Aplique el lector esa doctrina --- que yo suscribo --- a nuestra presente condición política y social en Puerto Rico.  ¿Es posible optar por el retiro a la felicidad privada huyéndole a la infelicidad pública que nos rodea?  ¡Piénselo!

1 comentario:

  1. “The heaviest penalty for declining to rule is to be ruled by someone inferior to yourself.”
    ― Plato, The Republic

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