El
anuncio la semana pasada de que el Presidente Barack Obama atacaría a Siria como
castigo a su flagrante programa de genocidio con armas químicas, pareció al
principio un riesgo político y estratégico a espaldas del Congreso y del pueblo
norteamericano. Porque aunque tal decisión
puede sostenerse jurídica y constitucionalmente, parecía arriesgada --- no
siendo una declaración de guerra total contra el carnicero de Damasco ---política
y militarmente. Políticamente
porque el pueblo americano está harto de guerras en tierras lejanas en las que
no se ven victorias resonantes, sino desgaste económico, militar y moral sin
resultados dramáticos y positivos.
El disparate de Irak ha salido caro y dudoso en balance final: un gobierno inepto, una guerra civil
sorda e interminable, y un terrorismo Al Qaeda continuo. Afganistán es un desastre: un gobierno corrupto, un terrorismo
implacable, y unos costos humanos y económicos que el pueblo americano no está dispuesto
a seguir sosteniendo. Militarmente
arriesgada su deferencia ante el Congreso, además, porque el guerrero necesita saber que a sus espaldas tiene a
un gobierno y a un pueblo solidarios.
Ahora a
Siria: un bribón matarife ---
Assad --- asesina y asfixia con armas químicas a la mitad de su pueblo para
seguir oprimiendo la otra mitad.
Pero el tirano se pasó de la raya.
Obama le había advertido que esa línea --- tanto como en Irán si
persiste en producir armas nucleares --- convocaría la conciencia moral de la
humanidad a un castigo masivo. El
resto de la humanidad lo ha respaldado de boca, pero sólo Estados Unidos tiene
la convicción moral y el poder para poner orden ante esa anarquía moral. Dicho y hecho, la “nación
indispensable” saca la cara otra
vez contra el genocidio, como lo hizo en Kosovo y Serbia, excepto que ahora va
sólo al encuentro del crimen de lesa humanidad.
Al
comienzo de esta jornada política parecía que Obama ignoraría al Congreso,
porque no se trataba de una declaración de guerra. Pero lo pensó mejor y ha decidido buscar la aprobación del
Congreso, en una jugada maestra. Y aquí se da una interesante
paradoja: si no le hubiese
consultado estaría en contra de la decisión presidencial. Pero una vez consultado no tiene más
remedio que respaldarlo. Porque
rechazarlo significaría no sólo debilitar al Presidente frente al mundo exterior, sino
retratarse como mezquino frente a un adversario criminal, que saldría
beneficiado de ese rechazo.
El
debate o vista pública de esta tarde en el Senado enalteció la capacidad y
dignidad del Senado ante su pueblo y el mundo exterior, y demostró además la
competencia del equipo de Obama en este trance: el Secretario de Estado Kerry y el Secretario de Defensa Hagel. El Congreso tendrá que concluir que la nación
en Washington está en buenas manos.
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