La
frase proviene de Mahatma Gandhi.
Se refería en su tiempo a la técnica infalible de desarmar los
embusteros y marrulleros con, sencillamente, la verdad. Un pensador inglés del siglo 18, John
Stuart Mill, en su famoso ensayo sobre la libertad, se anticipó conceptualmente
a Gandhi cuando dijo: “la
superioridad de la verdad sobre la mentira estriba en que, por ser verdad,
rebota, recurre”, contrario a la mentira, que por ser tal se esfuma al primer
contacto con la realidad.
En
estos días, en nuestra vida publica, estamos viviendo ese contraste: el senador Miguel Pereira, que tiene
una vocación de verdad inalterable, ha propuesto despenalizar el uso y la portación
de una onza de marihuana para propósitos medicinales y recreativos. Ese proceso va a todo galope en los
Estados Unidos, y es la condición normal en la mayor parte de Europa. Pero no en las aguas estancadas de esta
laguna tropical 100 x 35. Aquí se
hace carrera política de la ignorancia, la mojigatería y la demagogia. La gradas gobiernan sobre Fortaleza, el
Capitolio y los partidos políticos.
Tal parece que sólo el pueblo piensa y entiende, intentando a gatas
salir del oscurantismo en que lo mantienen sus líderes políticos y
religiosos. Y entonces aparece el
Gobernador lleno de pánico demagógico, a advertir que él no firmará nada que
despenalice el uso de tan exigua dosis del producto.
No podía
esperar a que se culminara el proceso legislativo en el Senado, donde un grupo
de legisladores serios analiza, discute, reflexiona responsablemente sobre cómo
abrirle las entendederas a sus compañeros, al Gobernador y al País. Tenía que salir a destiempo, lleno de pánico
político, para complacer a las gradas en el fondo mismo de la ignorancia y la
tiniebla.
El
parlamento democrático tiene dos funciones principales, más allá de lo
ceremonial vacío: aprobar
legislación y educar al pueblo. Lo
primero exige lo segundo. ¿Qué
prisa tenía el Gobernador de matar a medio camino ese proceso legislativo como
educación de la opinión pública?
En este caso la inseguridad política del Gobernador da al traste con la
seguridad que deben sentir los senadores de que su voz no será ahogada. Faltó este fin de semana un líder
senatorial que pusiera las cosas en su sitio.
Continúe
el senador Pereira con su cruzada de verdad. El pueblo aprecia y respeta su estilo, al margen de la
demagogia.
Piense
el lector de que lado estaría el Papa Alejandro si le preguntaran por el
castigo carcelario, o la multa desproporcionada a un joven que utiliza una onza
o menos de marihuana, por la razón que sea: su respuesta abochornaría a nuestros comevelas y come
biblias del patio.
Varado
en alta mar, en un islote solitario, ¿de quién se haría usted acompañar, de
Miguel Pereira o de Alejandro García Padilla?
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