Siria,
Asiria, Babilonia, Persia, Mesopotamia, toda la geografía política al Este de
Bizancio, hoy Istambul, casi norafricano:
he ahí los espacios del mundo antiguo, pre Grecia, Roma y la futura
civilización occidental, sarracena, árabe y cristiana. El mito judeo cristiano es sólo un capítulo
menor en esa historia. Se hizo
mayor cuando un emperador romano en apuros echó mano de la cruz para conservar
y ampliar su poder en lo que eventualmente vino a ser la civilización
cristiana-medieval: oscurantista,
feudal, implacablemente anti-humana, hasta los siglos 15 y 16, que llamamos
Renacimiento, la vuelta a la escuela griega y al republicanismo romano,
eventualmente organizador del mundo occidental y de lo que quedaba del
oriental.
La
Siria moderna es hija del imperialismo moderno: inglés, francés, y su sucesor,
los Estados Unidos. Apenas unos días
atrás la Agencia Central de Inteligencia confesó que había propiciado el golpe
a Mossadeh en Irán, de la misma manera que junto a otros poderes occidentales
propició el parcelamiento de ese mundo islámico, fieles a la rúbrica imperial
de “divide et impera”.
Son
muchos los odios de aquella parte del mundo contra Occidente, y sus principios
y valores. Se trata de esquemas
mentales ajenos y opuestos. Sólo la
economía interdependiente y las armas los comunica. Es lo que queda como lenguaje, y es a la luz de esa realidad
que hay que hay mirar la presente crisis de Estados Unidos y Siria, mediante el
lenguaje de las armas, porque no hay entendidos comunes entre una tiranía
personal implacable, terrorista desde el Estado, y una nación custodio contra
el genocidio, a nombre de un derecho internacional que nadie más está dispuesto
a defender, al alto precio que sea.
Las
Naciones Unidas actúan con la celeridad de una tortuga, y como la OEA de
nuestro vecindario latinoamericano, es un refugio para políticos gastados, más
adictos al coctel que a la acción reparadora de opresiones de lesa humanidad.
Los
Estados Unidos representan el único recurso que le queda al mundo civilizado
para liderear el detente ante los terroristas de estado como el Sirio
Asad. El antiamericanismo
profesional no debe detener el castigo a los terroristas de estado. Es tiempo de sentar doctrinas claras de
responsabilidad moral internacional, como ya se hizo en Kosovo y Serbia. Sólo Estados Unidos tiene los medios y
la voluntad política para parar a los criminales de guerra, de la misma manera
que lidereó el juicio de Nuremberga contra los nazis.
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