lunes, 2 de septiembre de 2013

Siria


Siria, Asiria, Babilonia, Persia, Mesopotamia, toda la geografía política al Este de Bizancio, hoy Istambul, casi norafricano:  he ahí los espacios del mundo antiguo, pre Grecia, Roma y la futura civilización occidental, sarracena, árabe y cristiana.  El mito judeo cristiano es sólo un capítulo menor en esa historia.  Se hizo mayor cuando un emperador romano en apuros echó mano de la cruz para conservar y ampliar su poder en lo que eventualmente vino a ser la civilización cristiana-medieval:  oscurantista, feudal, implacablemente anti-humana, hasta los siglos 15 y 16, que llamamos Renacimiento, la vuelta a la escuela griega y al republicanismo romano, eventualmente organizador del mundo occidental y de lo que quedaba del oriental.

La Siria moderna es hija del imperialismo moderno: inglés, francés, y su sucesor, los Estados Unidos.  Apenas unos días atrás la Agencia Central de Inteligencia confesó que había propiciado el golpe a Mossadeh en Irán, de la misma manera que junto a otros poderes occidentales propició el parcelamiento de ese mundo islámico, fieles a la rúbrica imperial de “divide et impera”.

Son muchos los odios de aquella parte del mundo contra Occidente, y sus principios y valores.  Se trata de esquemas mentales ajenos y opuestos.  Sólo la economía interdependiente y las armas los comunica.  Es lo que queda como lenguaje, y es a la luz de esa realidad que hay que hay mirar la presente crisis de Estados Unidos y Siria, mediante el lenguaje de las armas, porque no hay entendidos comunes entre una tiranía personal implacable, terrorista desde el Estado, y una nación custodio contra el genocidio, a nombre de un derecho internacional que nadie más está dispuesto a defender, al alto precio que sea.

Las Naciones Unidas actúan con la celeridad de una tortuga, y como la OEA de nuestro vecindario latinoamericano, es un refugio para políticos gastados, más adictos al coctel que a la acción reparadora de opresiones de lesa humanidad.

Los Estados Unidos representan el único recurso que le queda al mundo civilizado para liderear el detente ante los terroristas de estado como el Sirio Asad.  El antiamericanismo profesional no debe detener el castigo a los terroristas de estado.  Es tiempo de sentar doctrinas claras de responsabilidad moral internacional, como ya se hizo en Kosovo y Serbia.  Sólo Estados Unidos tiene los medios y la voluntad política para parar a los criminales de guerra, de la misma manera que lidereó el juicio de Nuremberga contra los nazis.

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