El
cuadro sociológico imperante en el País, al que El Nuevo Día le ha asignado números
--- que realmente no sorprenden a nadie, provoca en los líderes y en el pueblo
mismo reacciones predecibles. Por
un lado, profundiza la depresión moral imperante desde que este pueblo sufrió
las fechorías depredadoras de Luis Fortuño. Por otro lado, y como parte de la sufrida pasividad apática
del pueblo mismo --- se sabía lo que sentía el pueblo mediante las mini-encuestas
cotidianas de las filas nuestras de cada día: farmacia, banco, supermercado y los depósitos de pacientes
desmoralizados en las oficinas de los médicos y los hospitales.
Pero El
Nuevo Día es adicto al reclamo para sí de lo que al nivel de la experiencia
ordinaria y el sentido común el pueblo nota cotidianamente sin que nadie le
pregunte.
Se han
dado tres reacciones predecibles a las “revelaciones” de El Nuevo Día. En primer lugar, de parte de los
entendidos e informados, un bostezo.
De parte de los líderes políticos, una reacción doble: PPD estoico y optimista de que
transformará todo eso en los próximos tres años; el PNP loco de contento, sin
aceptar el hecho de que son autores y responsables --- irresponsables, separado
y junto --- del desastre heredado por el Gobernador, mientras el autor
inmediato disfruta en Washington de un contrato millonario que compró con
dineros públicos mientras repartía entre sus amigotes, tan corruptos como él,
el tesoro del pueblo. Consistentes
consigo mismos, se relamen de gusto implorando al cosmos por el fracaso de
Alejandro y el empeoramiento de lo que ellos dejaron: lo que destruyeron y lo que
se robaron.
Para mí
es un misterio político --- filosofía, teoría, ciencia o administración --- que
un gobernante se eche al hombro la mochila siniestra de un antecesor corrupto y
venal como Luis Fortuño, revistiéndola de un optimismo metodológico que lo
justifica todo y no puede alterar nada.
A los otros se les llama pesimistas, enfermos.
Estemos
claros: el optimismo no es una
propiedad objetiva de las cosas.
Es desde las cosas mismas, como son, no como quisiéramos que fueran,
desde su terca realidad, que puede darse la tracción del cambio, no con bobadas
entusiastas que no significan plausibles cursos de acción transformadora.
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