jueves, 7 de noviembre de 2013

El Optimismo Metodológico y las Realidades Tercas


El cuadro sociológico imperante en el País, al que El Nuevo Día le ha asignado números --- que realmente no sorprenden a nadie, provoca en los líderes y en el pueblo mismo reacciones predecibles.  Por un lado, profundiza la depresión moral imperante desde que este pueblo sufrió las fechorías depredadoras de Luis Fortuño.  Por otro lado, y como parte de la sufrida pasividad apática del pueblo mismo --- se sabía lo que sentía el pueblo mediante las mini-encuestas cotidianas de las filas nuestras de cada día:  farmacia, banco, supermercado y los depósitos de pacientes desmoralizados en las oficinas de los médicos y los hospitales.

Pero El Nuevo Día es adicto al reclamo para sí de lo que al nivel de la experiencia ordinaria y el sentido común el pueblo nota cotidianamente sin que nadie le pregunte.

Se han dado tres reacciones predecibles a las “revelaciones” de El Nuevo Día.  En primer lugar, de parte de los entendidos e informados, un bostezo.  De parte de los líderes políticos, una reacción doble: PPD estoico y optimista de que transformará todo eso en los próximos tres años; el PNP loco de contento, sin aceptar el hecho de que son autores y responsables --- irresponsables, separado y junto --- del desastre heredado por el Gobernador, mientras el autor inmediato disfruta en Washington de un contrato millonario que compró con dineros públicos mientras repartía entre sus amigotes, tan corruptos como él, el tesoro del pueblo.  Consistentes consigo mismos, se relamen de gusto implorando al cosmos por el fracaso de Alejandro y el empeoramiento de lo que ellos dejaron: lo que destruyeron y lo que se robaron.

Para mí es un misterio político --- filosofía, teoría, ciencia o administración --- que un gobernante se eche al hombro la mochila siniestra de un antecesor corrupto y venal como Luis Fortuño, revistiéndola de un optimismo metodológico que lo justifica todo y no puede alterar nada.  A los otros se les llama pesimistas, enfermos.

Estemos claros: el optimismo no es una propiedad objetiva de las cosas.  Es desde las cosas mismas, como son, no como quisiéramos que fueran, desde su terca realidad, que puede darse la tracción del cambio, no con bobadas entusiastas que no significan plausibles cursos de acción transformadora. 

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