¡Qué reunión
tan inverosímil! Un Papa que va
sentando precedentes de humanidad y simpatía con los pobres y desventurados de
la Tierra, y un Zar ruso, requedado en la historia como arquetipo del estalinismo,
que hace desaparecer periodistas y candidatos opositores con la misma
tranquilidad que Stalin los asesinaba o los enviaba a Siberia.
Putin,
el “sumo sacerdote” del ateismo y la represión, buscando cámara, lavándose la
cara en presencia del Papa. El
abastecedor de armas a Irán y Siria haciendo pujos de pacifista internacional.
Analizo
las actuaciones del Papa Francisco no en términos religiosos --- puesto que
creo que las religiones son el peor enemigo del hombre y responsable de su
atraso mental y emocional --- sino en términos históricos y sociológicos: esta ahí, tiene influencias e impacto
sobre millones de incautos. Pero además,
lo de Papa aparte, parece un ser humano de sólida formación ética, un contraste
frente a todos sus antecesores, desde el bandido Alejandro Sexto a principios
del siglo 16, hasta el protofascista Pío XII de mediados del pasado siglo. Su estilo es de humildad, franqueza,
verdadero amor para la parte pobre y oprimida de la humanidad y de la
institución que preside.
¡Pero
qué contrastes, qué sorpresas nos da la vida, entre lo que se dice y lo que se
hace!
Putin
es heredero de una doctrina --- un
monumental embuste --- que se llama comunismo, esto es, la radical igualdad de
los seres humanos, los trabajadores y pobres explotados a través de todo el
mundo. Pero preside una oligarquía
política implacable, de viejos ideólogos farsantes y nuevos ricos a quienes él
protege. En realidad Putin es un
Jose Stalin vestido de limpio.
Por el
otro lado, el Papa Francisco ha pronunciado un enérgico discurso en que condena
la avaricia material del capitalismo, de las oligarquías, insaciables por más
dinero no importa a quien se llevan por delante. Esos son los que ocupan los asientos del frente en la misa católica. Uno pensaría que este Francisco va al
encuentro del Francisco original, el del voto de pobreza y de servicio. El problema es, sin embargo, que a sus
espaldas, en las iglesias y catedrales que preside, lo que impera es la pompa,
los metales preciosos, la riqueza escandalosa e insaciable, no diferente de la de
los capitalistas.
En
prueba personal, por experiencia, cada vez que he ido a Europa no deja de
sorprenderme, en los países católicos, y en sus iglesias y catedrales, el
contraste escandaloso entre las mujeres pobres pidiendo una limosna en sus
brillosas escalinatas y las vírgenes ricas en el resplandor ostentoso de sus
altares.
Hasta
que el Papa Francisco no dirija su fuerza moral hacia esos contrastes, sus
palabras serán “como metal que resuena y címbalo que retiñe”.
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