miércoles, 27 de noviembre de 2013

El Papa Francisco y el Verdugo Putin


¡Qué reunión tan inverosímil!  Un Papa que va sentando precedentes de humanidad y simpatía con los pobres y desventurados de la Tierra, y un Zar ruso, requedado en la historia como arquetipo del estalinismo, que hace desaparecer periodistas y candidatos opositores con la misma tranquilidad que Stalin los asesinaba o los enviaba a Siberia.

Putin, el “sumo sacerdote” del ateismo y la represión, buscando cámara, lavándose la cara en presencia del Papa.  El abastecedor de armas a Irán y Siria haciendo pujos de pacifista internacional.

Analizo las actuaciones del Papa Francisco no en términos religiosos --- puesto que creo que las religiones son el peor enemigo del hombre y responsable de su atraso mental y emocional --- sino en términos históricos y sociológicos: esta ahí, tiene influencias e impacto sobre millones de incautos.  Pero además, lo de Papa aparte, parece un ser humano de sólida formación ética, un contraste frente a todos sus antecesores, desde el bandido Alejandro Sexto a principios del siglo 16, hasta el protofascista Pío XII de mediados del pasado siglo.  Su estilo es de humildad, franqueza, verdadero amor para la parte pobre y oprimida de la humanidad y de la institución que preside.

¡Pero qué contrastes, qué sorpresas nos da la vida, entre lo que se dice y lo que se hace!

Putin es heredero de una doctrina  --- un monumental embuste --- que se llama comunismo, esto es, la radical igualdad de los seres humanos, los trabajadores y pobres explotados a través de todo el mundo.  Pero preside una oligarquía política implacable, de viejos ideólogos farsantes y nuevos ricos a quienes él protege.  En realidad Putin es un Jose Stalin vestido de limpio.

Por el otro lado, el Papa Francisco ha pronunciado un enérgico discurso en que condena la avaricia material del capitalismo, de las oligarquías, insaciables por más dinero no importa a quien se llevan por delante.  Esos son los que ocupan los asientos del frente en la misa católica.  Uno pensaría que este Francisco va al encuentro del Francisco original, el del voto de pobreza y de servicio.  El problema es, sin embargo, que a sus espaldas, en las iglesias y catedrales que preside, lo que impera es la pompa, los metales preciosos, la riqueza escandalosa e insaciable, no diferente de la de los capitalistas.

En prueba personal, por experiencia, cada vez que he ido a Europa no deja de sorprenderme, en los países católicos, y en sus iglesias y catedrales, el contraste escandaloso entre las mujeres pobres pidiendo una limosna en sus brillosas escalinatas y las vírgenes ricas en el resplandor ostentoso de sus altares.

Hasta que el Papa Francisco no dirija su fuerza moral hacia esos contrastes, sus palabras serán “como metal que resuena y címbalo que retiñe”.

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