El
capitalismo concibe la sociedad como una vasta y diversa plaza comercial. El capitalismo norteamericano importado
a Puerto Rico replica la lucha por la existencia que documentó Charles Darwin
en las Islas Galápagos, donde el más apto, y sólo el más apto sobrevive ---
entre especies e intra especies.
El
sistema económico norteamericano, con todo y la enorme gestión limitante de la legislación
social instaurada desde el Nuevo Trato del Presidente Franklin D. Roosevelt de
1933 en adelante, afirmada y ampliada desde entonces por todos los Presidentes
y Administraciones --- con la excepción de Ronald Reagan de 1977 a 1985 ---
sigue galopante con su mentalidad darwinista de sálvese el que pueda.
Ese
capitalismo a la trágala --- fe secular del Partido Republicano de los Estados
Unidos --- ha producido, infalible e implacablemente, el comercialismo tórrido
que observamos directamente por la experiencia y con los ojos de la cara: la avalancha publicitaria que nos mete
por ojo, boca y nariz la mentira masiva y continua de radio, televisión y
prensa escrita. No hay más que abrir el voluminoso shopper cotidiano de El
Nuevo Día, para saber cómo se ha producido el maridaje del capitalismo y el comercialismo
al nivel de fe y conducta cotidiana de todos los consumidores como entes
pasivos frente a la gula y la mentira organizada.
La otra
cara del comercialismo frenético es el consumismo patológico: el pueblo como ganado que corre hacia
las compuertas abiertas de los bebederos.
El espectáculo
irracional de estos días frente a las megatiendas comerciales, por rebajas
descaradas que no representan ni una fracción tan siquiera de lo que le han
robado a los consumidores desavisados el resto del año, resulta
denigrante. Es importado de los Estados
Unidos, y el gobierno de Puerto Rico se limita a sorprenderse de y a imitar la degradación.
Capitalismo,
comercialismo, consumismo. ¡He ahí
la nueva “Santísima Trinidad”, en ausencia de un gobierno responsable y
responsivo!