Escuché
con mucha atención, como merece, el Mensaje del Gobernador al País sobre la
situación del Estado. De su alocución
y su texto se desprende una situación --- casi todo reducido a lo económico ---
“de cuidado” o “delicada”, como dicen los médicos en sus diagnósticos de entre
esos términos y la “condición de grave” o “critica”.
En
primer lugar, e inevitablemente, fue un discurso político, y dentro de ese género,
inevitable porque él es el primer político del País, me pareció exitoso. Transmitió entusiasmo, seguridad y la
impresión de que tiene los problemas bajo control y los medios económicos para
enfrentarlos disponibles.
No
concibo que se comprometiera con cifras presupuestarias tan precisas sin haber
trabajado esos números con la Secretaria de Hacienda y con Presupuesto, ya que
tal situación al manifestarse, andando el año y el cuatrienio, rebotaría
negativamente sobre su palabra y reclamos actuales.
El
mensaje, en segundo lugar, tiene dos partes: anuncios de logros y rectificaciones de injusticias y
barbaridades de Luis Fortuño, por un lado, y por el otro, promesas y
proyecciones de acciones, positivas si se concretan y mortales políticamente si
se hacen sal y agua.
En el
primer renglón rezan la devolución de terrenos y dineros a la Universidad y a
sus estudiantes y la devolución de
autonomía y facultades al Colegio de Abogados y a AEELA.
En el
segundo renglón militan las proyecciones de ingresos, gastos, nuevos impuestos
o corrección de inequidades en el actual esquema contributivo y aumentos de
sueldos a diferentes sectores del presupuesto estatal. Si esos números se cuadran, el
Gobernador ha dado un paso positivo en medio de una crisis fiscal objetiva que
no es negable.
La
pregunta queda: ¿Cómo en medio de
una depresión objetiva de la economía, con sus efectos en el fisco, se puede
prometer tanto a tantos? No digo
que no, pero el tiempo me tiene que demostrar que sí, que estoy --- en ese caso
gustosamente --- equivocado.
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