martes, 16 de abril de 2013

Benny Frankie y Héctor O’Neill: Dos Culminaciones del Proyecto Estadista de 1967


La ley fundamental de la naturaleza es el cambio, como lo es de la historia, y de la política.  El hecho se da como cuestión de necesidad en las organizaciones políticas, en todas.  Compare usted, si no, el independentismo puertorriqueño de Betances y Pedro Albizu Campos con lo que hoy pasa como partido de esa vocación política, a cargo de dos fósiles ideológicos consistentemente repudiados por el pueblo, incluyendo el pueblo independentista.  Lo mismo ocurre con los dos partidos mayoritarios.  Entre José Celso Barbosa y Luis A. Ferré y Luis Muñoz Marín y Roberto Sánchez Vilella y lo que hoy pasa como liderato estadista y autonomista existen distancias siderales.  Hoy voy a comentar una de esas distancias, y me reservo las otras para el futuro.

El plebiscito de 1967 trajo a la prominencia pública un movimiento estadista que rompió el yugo republicano reaccionario sobre las conciencias de sus hasta entonces seguidores.  Don Luis A. Ferré aprovechó la torpeza de Miguel Ángel García Méndez de rechazar aquel plebiscito y proyectó una imagen de renovación que culminó en una fuerte demostración en el plebiscito y en un partido nuevo victorioso en 1968.

En aquellas elecciones el programa de Ferré era populista, arrancándole una página atractiva al ideario que había sostenido el Partido Popular Democrático.  Para ello se hizo acompañar de un grupo de “Young Turks” como se llamaba en la Turquía de 1915 a los jóvenes reformistas de Kemal Ataturk, que transformaron y modernizaron a Turquía hasta el día de hoy.

Entre esos jóvenes figuró prominentemente Benny Frankie Cerezo: un estadista convencido en cuanto a status, pero liberal en cuanto a legislación social e institucional.

Andando el tiempo, sin embargo, la putrefacción moral en el PNP y su fanatismo estadista sin contenidos y sin metodología racional frente al Congreso, llevaron a Benny a otros caminos:  al programa social, al liberalismo institucional, a la ética del servicio público, a distancias siderales de la corrupción de Pedro Rosselló y Luis Fortuño, y las imbecilidades de un Tomás Rivera Schatz.  En esa ruta, con gran dignidad y entereza, cumplió jornada esta semana, prematuramente.

Pero existe, en el Partido Nuevo Progresista de embuste, una culminación y otro deslinde, que hace tiempo viene afirmándose con fuerza destructiva en ese partido, y que consiste en la corrupción como hábito que no abochorna:  la ruta de Freddie Valentín, José Granados Navedo, Víctor Fajardo, Edison Misla Aldarondo, Pedro Rosselló y sus 40 ladrones, culminando el proceso en Luis Fortuño como el gobernador más destructivo y perverso de nuestra historia.  Para rematar ese proceso, aparece la figura siniestra de Héctor O'Neill, ladrón de la democracia y del voto de su propio pueblo.  En ese sentido Héctor O’Neill es la contrafigura de Benny Frankie Cerezo, su antípoda política y moral en el nuevo PNP.

1 comentario:

  1. Las cadenas de la nación puertorriqueña son el dólar. Tanto tiempo hemos vivido con esas cadenas que creemos que es un dato de la naturaleza. No la cuestionamos. Tan no la cuestionamos que los independentistas nunca han hablado seriamente de implementar una moneda puertorriqueña. Rafael Cox Alomar ahora habla de enmendar las leyes de cabotaje. Eso es aruñar la superficie. Si de verdad se quiere hablar de una nación puertorriqueña, hay que empezar por la moneda. ¡Qué mucho tiempo me tardó entender esto!

    Pero ahora que lo entiendo, me siento como Franz Fanón. No es necesario gritar. Estoy listo
    para la independencia y para la nación puertorriqueña. Eso no es lo que quiero, pero lo acepto. Puerto Rico tiene todo el derecho en convertirse en otra nación latinoamericana. Ese derecho no se le puede arrebatar. Y no sólo no se le puede arrebatar, sino que la moneda nacional es condición necesaria para mejorar la condición económica de Puerto Rico.

    Si damos un vistazo a los países europeos vemos que han sido sólo los que no se encadenaron al euro, como Islandia y la Gran Bretaña, los que mejor han podido capear el temporal de la crisis financiera internacional. En cambio, aquellos que se unieron al euro, sin tener el tipo de economía de los países del centro europeo, tales como Irlanda, Grecia, España y ahora Chipre, han experimentado las mismas condiciones de la Gran Depresión de la década de los veinte.

    Si Puerto Rico rechaza la estadidad en un plebiscito estadidad sí o no, le está abriendo las puertas a la independencia y a la moneda nacional. Porque un Puerto Rico autónomo no podrá funcionar adecuadamente con el dólar. El dólar, como moneda fuerte y reserva internacional, lo que hace es quitarle competitividad a la economía de Puerto Rico. Y se necesita una moneda nacional para poder recrear las condiciones iniciales del despegue económico de Puerto Rico de los años 40: una mano de obra barata que atraiga a Puerto Rico los capitales del mundo.

    Eso se vio en Argentina durante la década de los noventa cuando el Ministro de Economía
    Domingo Cavallo implementó la caja de convertibilidad, que era una manera solapada de dolarizar la economía, con el objetivo de resolver el problema de la inflación. Tratando de resolver el problema de la inflación los argentinos se metieron en una camisa de fuerza que los llevó al desastre cuando Rusia se fue a la quiebra, el mundo entró en recesión y los productos argentinos dejaron de venderse en los mercados internacionales por lo caro que estaba el dólar.

    Al final, Argentina no tuvo más remedio que regresar devaluar el peso para poder salir de la crisis económica en que la caja de dolarización la había metido. Lo mismo tendría que hacer un Puerto Rico autónomo.

    Así pues, Puerto Rico, para resolver su problema económico, tiene dos alternativas: completar su unión fiscal incorporando el territorio o implementar una moneda nacional que pueda devaluar para de esa manera ajustar el precio de la mano de obra a su productividad marginal y aumentar la competitividad de los productos de Puerto Rico en los mercados internacionales. De no hacerlo lo que le espera es continuar viviendo en una zona deprimida que cada vez más y más se parece a un gueto de las ciudades americanas

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