El
pueblo de Puerto Rico realizó elocuentemente su agenda política el pasado
martes 6: privatizó a Luis Fortuño
y a su señora Luz Eufemia. No se
puede pedir más, si la privatización fue la pasión de sus vidas, y nunca
entendieron la ética política del Bien Común, del bienestar general, y del
servicio público como suficiente compensación en el caso de motivaciones
limpias, que agradezcan que el pueblo los ha complacido. Su insaciabilidad por el dinero tiene
que saciarse en otra parte que no sea el gobierno como instrumento del pueblo.
Pronto
vamos a ver cómo los bancos se pelearán por los servicios notariales de doña
Luz Eufemia --- Richard Carrión, autor intelectual de la Ley 7, encabezando la
fila de los que reclaman los servicios de la doña.
Quizás
veremos también la fila de los pastores buscones --- ofensas al cristianismo
--- alineándose en busca de prebendas del gobierno en la negación de que fueran
alcahuetes de Fortuño, encabezados por el buscón mayor, el tal Heredia, ideólogo
de los “valores” de Fortuño, en cuya lista no figuraban ni la verdad ni la
justicia.
La
lista es larga, desde el “bully” de Jorge Santini hasta el pillete de Roger
Iglesias, que para más insulto Rivera Schatz lo puso a investigar y juzgar al
Juez Presidente del Tribunal Supremo.
Pero,
como este tema es inagotable, y tenemos cuatro años para ir desgranando esta
bellota de corrupción y el afrentamiento de Fortuño y sus cuates, lo colocamos
en un paréntesis, como lista interminable, en lo que atendemos un asunto más
apremiante, empezando ya: el
estricto cumplimiento de lo que se le propuso y prometió a este pueblo a cambio de su voto, su respaldo, sus
dudas e incertidumbres. Por que de
otra manera se confirmaría el cinismo de los que sostienen que los dos partidos
y sus lideratos son equivalentes, que padecen de los mismos vicios partidistas,
y que sólo les importan sus “clientes”, que no son el pueblo.
Si
Alejandro García Padilla quiere ponerle fin temprano a esa leyenda política
tiene que demostrar que es él y no los figurones tradicionales del Partido
quien va a hacer las decisiones de nombramientos y políticas públicas, al
margen de los grupos que, entre razones y pasiones, prefieren las últimas.
Cualquier
percepción del pueblo de algún desvío de las promesas literales que se le
hicieron, bastaría para un cruel desengaño, como si viera la sombra fatídica de
Fortuño en un más de lo mismo. Yo
soy y seré parte vigilante de ese pueblo, para que se le cumpla exactamente lo
que se le prometió. Hoy por hoy esa
voluntad y esa esperanza son el único tesoro del pueblo: la promesa cumplida tal como se le
hizo.
¡Los contratos se hacen para cumplirse, decía
Marco Tulio Cicerón! Lo demás nos recordaría a los Fortuños de la vida.
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