Repito
hoy, con satisfacción amparada en la realidad, que el Bien Común, el principio
rector de toda política civilista, recibió una reafirmación contundente el
martes en las urnas --- el verdadero “tribunal supremo” de la democracia.
La
decisión tomada por el pueblo del pasado martes --- rompiendo su silencio
reflexivo --- significa y restituye muchas cosas, pero la primera entre ellas
el la voluntad de “privatizar” a Luis Fortuño, es decir, mandarlo a la vida
privada a enriquecerse más si quiere con su propio trabajo y no con el tesoro
del pueblo.
Desde
el 2004 Luis Fortuño y Luz Eufemia Vela han estado ordeñando el poder público,
las influencias que ese poder concede, para enriquecerse personalmente. Él recibiendo de sus amigotes de la
mafia corporativa dineros para montar su estilo de vida y aumentar su capital
millonario, antes de entrar como Comisionado Residente en el 2004, proceso que
se multiplicó desde el 2008, extensivo a su señora, que en vez de Primera Dama
para servirle al pueblo, prefirió ser --- por mucho --- Primera Notaria del País, con gastos públicos de
escoltas, autos, maquillajes deluxe, oportunismo craso. Porque los bancos que con una mano se
beneficiaban de la legislación de Fortuño, con la otra le extendieron
beneficios notariales millonarios a la señora. Ese juego cínico de voracidad numismática no tiene
precedentes ni en Estados Unidos ni en Puerto Rico.
Ante
todo eso, el pueblo calló, observó, reflexionó, y decidió privatizar a la
susodicha familia. ¡Good
riddance!, en su lenguaje favorito.
Váyanse a su país, los Estados Unidos, que nosotros, los
puertorriqueños, limpiaremos el vertedero moral en que ellos dos, y sus cuates
legislativos, sumieron a Puerto Rico en sólo tres años y medio.
Digo
que el pueblo “privatizó” a los Fortuño, porque quiero ser fino en la
expresión, pero algo, desde el fondo de mi cerebro me grita otra interpelación: lo que el pueblo ha hecho es darle una
patada en el trasero a ambos.
¡Que se vayan y no vuelvan!
Estoy de acuerdo --totalmente-- con sus opiniones.
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