De
entre la vasta gama de necesidades y problemas que angustian a nuestro pueblo
--- y que necesariamente constituyen la agenda urgente del nuevo gobierno ---
se destacan tres que, por su naturaleza, tienen que constituir primerísima
prioridad reconstructiva.
Se
trata de la Salud, la Educación en todos los niveles, y la Seguridad. Estas, junto a las docenas de otros
reclamos de reparación, están condicionadas por una que corta a través de todas
ellas, que es la Economía --- inversión, productividad, empleo, incentivos
facilitantes --- al servicio del crecimiento y la justicia distributiva. Porque, como decía Ralph Waldo Emerson,
una economía desarrollada es el combustible de la magnificencia. Es claro, por tanto, que lo que se
pueda hacer en salud, educación y seguridad supone una economía dinámica,
justamente distribuida. Sin
embargo, la reforma de estos tres componentes de la crisis social tiene sus
propias exigencias, a partir de su propia naturaleza.
SALUD
Cuando
estornudamos, yo o el otro, lo primero que la intuición orgánica nos lleva a
exclamar, es el buen deseo de ¡Salud! ¿Por qué? Porque salud es
vida. La necesidad de una buena salud
significa que la vida tiene que ser la primera prioridad de un estado bien
fundado. ¿Cómo puede convertirse
ese valor tan natural en una mercancía? ¿Cómo es que el lucro puede mediatizar el derecho a la vida saludable,
el más fundamental y primario de todos los derechos?
En
Puerto Rico, desde que Pedro Rosselló y Marcos Rodríguez Pujada decidieron en
1993 utilizar los bienes públicos --- hospitales, CDT’s y su regionalización
organizada en tres niveles de atención (el Sistema Arbona) --- se convirtió la
salud en una mercancía, en manos de los fenicios de las aseguradoras. El gobierno se declaró incompetente
para dirigir esos servicios, que hasta entonces se financiaron y se dirigieron
con economía y competencia. De
momento se declara al gobierno incompetente para dirigir y financiar unos
servicios universales de salud que hasta la fecha se había constituido como
modelo de otras jurisdicciones.
Los incompetentes, claramente, eran ellos.
El PPD
como gobierno tiene una responsabilidad de rescatar los dineros del pueblo de
las manos depredadoras de las aseguradoras, sin ambigüedades ni lenguajes
y mensajes dobles. La tarjeta de “Mi Salud” es un fraude
financiero y un desastre administrativo, donde han permeado los embustes de
Fortuño, y que se han querido
tapar con publicidad millonaria, a falta de servicios eficaces y honestos. Para que esa abominación se corrija, el
gobernador electo y su legislatura tienen que hablar claro, porque hay en el
PPD políticos y cabilderos ligados a algunas de esas aseguradoras, que
seguramente actuarán como retranca al compromiso contraído de un servicio
universal de salud para todos los necesitados de él, con índices de ingreso
establecidos y un sólo pagador. El
gobierno de Puerto Rico no puede declararse de antemano incapaz de administrar
ese plan.
El
nuevo plan universal de salud con un pagador único debe integrar ACCA, el Fondo
del Seguro del Estado y quizás otras instituciones para robustecer la capacidad
de manejo de reclamaciones y pago a los suplidores. En todo caso, tiene que tratarse de un programa claro, sin
ambigüedades, que realice lo que no pudieron o no quisieron hacer Sila María Calderón
y Aníbal Acevedo Vilá. Llevamos doce años criticando la abominable “reforma” de salud de
Rosselló mientras continuamos con ella.
Representa
un escándalo moral y una blandenguería política el hecho de que el servicio
público de salud esté a cargo de la Triple S , la corporación más corrupta ---
por propia confesión --- de la comarca. ¿No recuerda el pueblo, y el PPD, a
ACODESE? ¡Nada más con el testigo!
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