Afirmé
ayer que, tras haber el pueblo “privatizado” a Luis Fortuño y su comparsa de
depredadores del tesoro del pueblo, se impone un cumplimiento cabal con las
promesas del PPD --- Alejandro García Padilla y su equipo legislativo --- contraídos
con el pueblo durante la campaña electoral.
Ahora
bien, ese cumplimiento tiene dos componentes: la designación de un cuerpo ejecutivo-administrativo de
indiscutible capacidad y competencias para ejecutar políticas públicas que el
programa del PPD exige. Que al
anunciarse sus nombres no quepa duda de que se trata no de recompensas
partidistas sino de capacidades reconocidas en las fronteras del saber
pertinente a sus áreas, y de su compromiso con el servicio público y no el
envanecimiento público y los relumbrones materiales --- de dinero y símbolos
--- de cada posición a ocuparse.
El
segundo componente que decidirá la suerte de Alejandro García Padilla como
gobernador es el ejercicio --- sin que le tiemble el pulso --- de su
liderato. Porque el País acaba de
pasar por la experiencia de un
gobernador de ejecutoria contradictoria, paradójica: por un lado destructor maniático de instituciones, y del
servicio público que juró servir, y por el otro un gobernador débil, escondido,
cobarde, que no asumió responsabilidades, no explicó nunca nada de las
barbaridades que cometía, de las incompetencias de sus funcionarios ejecutivos,
a los cuales despedía sin explicar nada, hasta constituir una machina de
nombramientos y despidos, unos por incompetencia, otros por corruptos. ¿Y el gobernador que los nombró? Como una veleta, escondido en
Fortaleza.
Para
que el nuevo gobernador cuaje un equipo ejecutivo, competente, preparado, a
contrapelo quizás de sus incondicionales de campaña, tiene que ejercer
liderato, voluntad, por sobre consejos mongos de los que no cargarían luego con
la responsabilidad por el fracaso.
Este pueblo sabe ya lo que es votar por una cosa y que lo confronten con
otra. El repudio de tal
eventualidad no lo pagarán los ayudantes, allegados, o mensajeros de intereses
particulares. Si alguien tiene
duda de eso, que le pregunte a Luis Fortuño.
La
realidad histórica y política de Puerto Rico dice claramente que el Gobernador
no sólo es jefe directo y responsable del Poder Ejecutivo, sino que tiene que
ser también el líder indiscutible del Poder Legislativo. En la medida que no ejerza ese
liderato, invita al sabotaje de su mandato. Eso le pasó a Luis A. Ferre y a Luis Fortuño.
En
ambos frentes, el de la competencia de los ejecutivos, y el del liderato
legislativo, un fallo desde la salida invita al fracaso.
¡En guerra avisada… muere gente, pero a gusto!
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