La
historia política de Puerto Rico es una larga peripecia en busca de mayores
poderes autonómicos, por lo menos desde Don Román Baldorioty de Castro en 1887
hasta nuestros días. A lo largo de
todo ese trayecto, las fuerzas asimilistas, entreguistas, han girado contra el
centro político --- la aritmética de la mayoría democrática --- aliadas a los
separatistas de ayer e independentistas o soberanistas de hoy.
Contra
esas dos franjas de entrega o de separación, este pueblo y su liderato más ilustrado han obtenido
y conservado una masiva mayoría de pueblo que lucha --- en la pendiente, como decía
Luis Muñoz Rivera, o jalda arriba, como decía Muñoz Marín, por adelantar --- internamente --- la causa de la
justicia social, y --- externamente --- la causa de los derechos para ensanchar las márgenes del gobierno propio.
Bajo
ese programa político histórico, Muñoz Rivera obtuvo el régimen autonómico de
1896 y Muñoz Marín la autonomía política y fiscal del ELA en 1952.
Ninguna
independentista, y ningún estadista, le han añadido un centímetro tan siquiera
a los poderes reales del País para gobernarse a sí mismo. El desarrollo, el crecimiento económico,
social y político, ha sido obra de los autonomistas, lideres y pueblo, de 1887
al 2012.
Más que
una tesis política, el autonomismo que encarna el ELA representa una gesta histórica
de dilatación vital que hay que defender
en sus logros, corregir sus defectos y protegerlo
del entreguismo por un lado, y del rompimiento por el otro. Esos dos extremos de irrelevancia se
juntan hoy --- Luis Fortuño y Rubén
Berríos --- para denostar, insultar una obra autonómica histórica a la cual no
han aportado nada, sino epítetos irrelevantes, producto de su frustración.
Ante
ese cuadro, urge un respaldo masivo a la autonomía en la consulta de noviembre:
un sí rotundo a la pregunta si se quiere conservar el ELA. Porque no se puede desarrollar lo que
se rechaza, como parecen pensar algunos ilusos de la soberanía solapadamente
independentista.
Dondequiera
que figure el ELA --- descrito tramposamente por sus enemigos como “colonial” y
“territorial”--- hay que defenderlo como condición de adelantarlo.
Los que
tengan problemas de conciencia con lo anterior, derecho tienen a
ejercerla. A lo que no tienen
derecho es a representar un partido o status en el que dejaron ya de creer.
En su día,
Don Francisco M. Susoni, Don Rafael Arjona Siaca y Don Vicente Géigel Polanco
ejercitaron esa opción y se acogieron al desierto político y al olvido de la
historia.
Yo, por
mi cuenta, como autonomista no afiliado, votaré sí en la primera papeleta de
noviembre, no sólo para quitarle la máscara tramposa a Luis Fortuño, sino para
conservar y desarrollar el ELA, por encima de los motes y malos nombres que la
mala leche de Fortuño quiera endilgarle.
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