El
ciudadano común, Juan del Pueblo, con un séptimo grado de preparación, o el
ciudadano medianamente preparado para interpretar la avalancha de datos que la
corrupción total del régimen de Luis Fortuño lanza a su atención y a sus
sentidos, se aturde y se satura ante la interminable ola de abusos del poder, y
de cinismo para justificarlo.
Los
funcionarios de más alta responsabilidad para dar cuenta de las realidades pésimas
de la economía --- Miguel Romero y Javier Pérez Riera --- adoptan el método de
Fortuño, la mentira redonda y repetida, y la anuncian al país que el empleo va
viento en popa y el desempleo en caída dramática, producto de su obra de
gobierno. Se trata de estadísticas
de campaña, totalmente contrarias a las que manejan los economistas que saben
de lo que están hablando y no dependen de las elecciones para sobrevivir.
Esa es
un dimensión de la saturación y el aturdimiento. La otra es la callosidad con que los administradores de
Fortuño siguen repartiendo el tesoro público a los delincuentes conocidos, en Energía
Eléctrica, en Puertos, en Desarrollo Económico, en San Juan, en Guaynabo, en
todas las agencias que saben que le queda un poco más de un mes para el juicio
final, un juicio terrenal, distinto al otro, de los pastores de Fortuño y Luz
Eufemia.
Un caso
bochornoso de este proceso de repartírselo todo antes del 6 de noviembre es el
del alcalde y el municipio de Guaynabo, el centro gravitacional de la
corrupción descarada en Puerto Rico.
El
alcalde Héctor O’Neill ha roto todos los récords de callosidad moral al frente
del municipio más rico del País, con la posible excepción de San Juan, que
sufre de corrupciones equivalentes.
No sólo se robó la primaria de representante de su distrito, sino que ha
quedado impune, fresco como una lechuga. No sólo despide a quien denunció su
fraude, sino que sigue nombrando personal político y extendiendo contratos
ilegales, uno al padre del Presidente del Senado y otro a su hermana, cuando sobre el primero el Colegio de
Ingenieros ha dicho que es ilegal porque no es ingeniero, y Justicia tímidamente
lo ha descalificado, pero es más importante para O’Neill comprar a Rivera
Schatz que atenerse a la ley.
Porque
la ley es él, O’Neill reta a todas las instituciones del derecho, e impera por
sus pantalones, protegido por Fortuño y por el mequetrefe Secretario de
Justicia, que carece de pudor personal y de honor profesional.
Por eso
anuncia O’Neill en su lema de campaña, “Con la fuerza (¿fuerza de cara?) y la
determinación” (¿del fraude masivo en todo lo que toca?).
¿Y el
pueblo de Guaynabo? Descontados
los riquitos amorales que el pueblo llama “guaynabitos” --- que se compran y se
venden al precio de cada uno --- los residentes de Guaynabo, contribuyentes del
gobierno y del municipio, somos la vasta mayoría honestos y cumplidores de la
ley. ¿Seremos también tan brutos y
cobardes que nos ensuciemos las manos votando por O’Neill el 6 de
noviembre?
Vamos a
suponer que la última vez que se eligió, el pueblo guaynabeño no conocía bien
al peje corrupto por el que estaba votando. Pero ahora lo sabe.
Ahora no hay excusa.
Ahora todo voto por O’Neill es un voto tan
corrupto como él.
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