Si fuéramos
a sintetizar la conducta administrativa de Luis Fortuño, tras casi cuatro años
de gobernación, dos términos fluyen como resumen de sus actitudes y decisiones. En primer lugar, una corrupción desenfrenada, “pervasive”,
como dicen los americanos. Y para
encubrir la corrupción, un patrón continuo y creciente de mentiras, que el
expresa con un regusto enfermizo, porque si se diera con la verdad un día, en
alguna de sus explicaciones, sufriría una convulsión epiléptica. Ese no soy yo, gritaría hacia los
cuatro puntos cardinales de la Isla.
El
asunto de la verdad y la mentira es semánticamente complicado. Puesto que la comunicación política ---
la información oficial, tanto como las campañas políticas --- tiene dos
dimensiones. Siendo el fin que en
ellas se persigue obtener el voto del ciudadano, por convencimiento racional o
por persuasión sicológica, toda campaña tiene siempre, quiéralo o no, una dosis
de mentira, esto es, de arreglo de los hechos para que sirvan a la idea política
que se defiende. Eso no quita, no
debe alterar el hecho de que una campaña política debe tener como principal
ancla la verdad, la información correcta, y la honesta proyección de esa verdad en consecuencias lógicas
que se desprenden de su expresión.
Pero como la política tiene como principal propósito, además de
convencer, mover, persuadir, vale recordar la advertencia de José Ortega y
Gasset, al señalar que en política la verdad no cae de cara o de cruz, cae de
canto.
En el
caso de Luis Fortuño, la verdad no es una opción: el regatea, escamotea,
encubre, miente, con una carita de lechuga fresca que Dios se la bendiga.
Ahora
bien, cuando para tapar su incompetencia y el proceso nocivo de corrupción que
dirige desde Fortaleza, adopta la mentira como método político y electoral, no se da cuenta --- por
superficial --- que el método se le ha convertido en principio, y que la
mentira se le ha hecho consustancial a su persona.
Ese
proceso se ha dado muchas veces en la historia, aunque nunca antes en la
nuestra. Lo que sorprende en el
caso de Luis Fortuño es el placer erótico con que ejerce ese ministerio de la
mentira. Porque, como he dicho
antes, el método de la mentira se a convertido en sustancia de su
carácter. Joseph Goebels, el
ministro de propaganda de Hitler, nunca se equivocó en cuanto a sus
mentiras. Sabía que eran mentiras
y decía que mientras más grandes mejor.
Porque la mentira pequeña podía dudarse. Pero la mentira grande --- se creía ipso facto, porque el público
pensaba que era tan horrorosa que tenía que ser cierta, de otra manera sus
gobernantes no la proclamarían.
Permítame
el lector concluir esta reflexión con un ejemplo de “la gran mentira” con que
Fortuño ha tratado de justificar su desastre como gobernador. Ha dicho y repetido hasta la saciedad,
que los fracasos de su gobierno se han debido a “la pasada
administración”. ¿Y quiénes eran
la pasada administración? Era su
propio partido, que en Senado y Cámara, y en la AEE y la AAA representaron el
saboteo del Gobernador. Eran
Primitivo Aponte y Kenneth McClintock, Ángel Pérez y Jorge de Castro Font, la
Liza Fernández y Migdalia Padilla, y Pedro Rosselló allí dentro, como
supernumerario en el Senado.
Luis Fortuño, ¡la pasada administración
fueron tú y Rosselló y Primitivo Aponte y Kenneth McClintock! El
Gobernador Aníbal Acevedo Vilá, que los derrotó a todos en las elecciones del
2004, aunque individualmente se colaron muchos en la legislatura, y fue tratado
como rehén de esa mafia PNP.
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