Decía
James Madison en los escritos de “El Federatlista” que junto a Alexander
Hamilton y John Jay escribió para que los electores de New York ratificaran la Constitución,
que lo que aseguraría el buen funcionamiento del sistema federal era la lucha
cotidiana entre la ambición personal y las prerrogativas y exigencias de los
cargos públicos en los tres poderes del Estado.
Lo
anterior suponía, claro está, diversidad de facciones, de intereses, de valores. En ese contexto, cada decisión mayoritaria
en el sistema era producto de la ambición personal, por un lado, y los poderes
inherentes a cada rama del gobierno, encontrados en un debate perenne.
Destaco
hoy el concepto de la ambición, porque si esta se define meramente como
avaricia de poder para fines personales o partidistas, resulta abominable moralmente,
ya que el producto que valida todas las luchas políticas es el Bien Común, y no
otra cosa bastarda como el poder personal, económico, político o social. Si la ambición se queda en el
protagonismo fanfarrón, no tendría lugar legítimo en el Estado. Pero como la concebía Madison, como energía
moral empleada al servicio de la comunidad política, esa motivación es condición
indispensable del servicio público, ya que su valor contrario sería la inercia,
la pasividad y la muerte del sistema democrático republicano de gobierno,
fuente segura de la tiranía.
El
problema no es que exista la ambición personal, sino que se reduzca a la
prepotencia y el narcisismo del poder.
Porque cuando la ambición se pone al servicio del pueblo produce
ingentes beneficios colectivos, como los que la propia generación de Madison
produjo para los nacientes Estados Unidos de América y la generación del 1940
en adelante le produjo al pueblo de Puerto Rico.
Esas
dos generaciones --- de allá y de acá ---demostraron que es posible la ambición
como compromiso de servicio público y no como inflación de egos moralmente vacíos,
como los que sufrimos hoy en la casi totalidad de nuestra vida pública.
Ambición
sí, porque es motor de la acción y creatividad para el servicio. Pero no puede ser sensualismo de poder vacío
de propósitos morales colectivos.
¿Por
qué van a la vida pública los que en su mayoría hoy la ocupan? El Pueblo sabe. Van movidos por una ambición enfermiza,
a servirse. Empezando por la
llamada “primera familia” --- el primer mal ejemplo de ambición sin motivación
de servicio.
La
desfachatez con que el PNP, desde Fortaleza hasta la alcaldía de Guaynabo,
despliega su codicia a todo lo largo y todo lo ancho del País, avergüenza a
todos menos a ellos. Se trata de
unos ameicanuchos que nunca
leyeron a Madison y si lo leyeran, no lo entenderían. Pero no hay mal que dure cien años… y la esperanza sostiene
la vida.
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