La
primera reforma de la Iglesia Católica ocurrió a partir del 31 de octubre de
1515, tras un viaje de Martín Lutero al Vaticano, y su consiguiente convicción
de que la corrupción de la Iglesia Romana --- la de los Borgia y otras familias
siniestras y criminales que monopolizaban el Papado --- no tenía más remedio
que la depuración reformista, de arriba abajo.
Desde
ese siglo 16 la Iglesia Católica ha vivido el drama continuo de la conservación
y del cambio y ajuste a los valores de la modernidad.
Este no
es el lugar de ajustar cuentas doctrinales sobre la fe y las creencias de cada
cual. Soy agnóstico sobre el tema
y escéptico sobre todos los reclamos doctrinales absolutos. Pero existe una proyección social y
cultural de la Iglesia que sí cuenta a la hora de estimar su aporte a la vida
cultural de un pueblo. Y en ese
sentido la Iglesia Católica se ha enfrentado a la cuestión social --- la tiranía,
las dictaduras, los valores humanos, la democracia, especialmente en America
Latina, con valor y relevancia y tiene su lista de mártires en esa actualización
de su doctrina social. Su identificación y defensa de los valores culturales
nacionales ha marcado para ella misma una valiosísima vindicación frente a sus épocas
oscuras de franquismo español y alianzas con militares criminales en America
Latina y el Caribe.
En
Puerto Rico, en 1960, esa iglesia cometió un error garrafal al usar el púlpito
para faenas políticas partidistas, mediante la locura de dos obispos éticamente
desquiciados, que al enterarse el Papa Juan XXIII trasladó
fulminantemente. De ahí en
adelante la Iglesia Católica se ha dedicado a su función religiosa, y cuando actúa
en público es para afirmar derechos y principios de justicia social, de
participación ciudadana, y de conservación de la integridad cultural del País.
Claro,
esto último no gusta a los desnaturalizados, a los pachuchos culturales, a los
pitiyanquis sin condiciones, tales como Carlos y Melinda Romero y Albita Rivera,
quienes en la segunda “reforma” de la Iglesia asumen el papel de Torquemada,
que pretenden decidir quién es y quién no es católico. En su ignorancia histórica ignoran la
larga tradición desde el Obispo Arizmendi hasta Roberto González Nieves, de
afirmar la conciencia nacional y cultural de Puerto Rico.
El
nuevo “papa” Carlos y las “papisas” Melinda y Albita nos regalan ahora un nuevo
catecismo católico-PNP, que consiste en sobornar a los pastores
fundamentalistas con sueldos y dineros públicos, mientras demonizan al arzobispo
católico por ejercer su responsabilidad pastoral y cívica.
¡Qué
atrevida es la burda ignorancia!
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