Cuando
las instituciones de la justicia se prostituyen, ya sea por dinero, por la
sarna del poder sin límites, o por la piquiña ideológica incontrolada, el
pueblo perece. Porque entonces,
ante los abusos, públicos o privados, no existen árbitros imparciales, con
decencia profesional que garantice los derechos individuales o de grupos en la
arena social o política.
Hasta
el 2008 la Fiscalía Federal de Puerto Rico funcionó con una respetable
objetividad, y se ganó la admiración y el respeto de nuestra ciudadanía. A la vista está que alrededor de 40
ladrones del equipo de Pedro Rosselló y Álvaro Cifuentes fueron a parar a las
cortes federales y a sus prisiones.
Pero para el último semestre del 2008 la fiscal federal, Rosa Emilia Rodríguez,
no pudo aguantar la sarna política, y se abrió a que Carlos Romero le rascara
esa sarna con una acusación falsa, de vendetta personal contra el gobernador Aníbal
Acevedo Vilá, uno de los hombres más probos y honestos que ha pasado por nuestra
vida pública. Rosa Emilia cedió al
odio ideológico e hizo el ridículo profesional más vergonzoso en la historia de
la Corte Federal en Puerto Rico.
Pero no escarmienta. Ahora
va a la revancha, y acaba de convertirse en portavoz política de Luis Fortuño y
la estadidad --- que ella llama federalización --- como única tabla de salvación
contra el crimen y el narcotráfico en Puerto Rico, como si la realidad no le diera
en la cara, no sólo a ella sino a Fortuño y a Héctor Pesquera, y antes que
ellos a Figueroa Sancha, que más federal no podía ser, ni más fracasado
tampoco.
Contrario
a la veda federal contra expresiones políticas de sus funcionarios, es claro
que si en el caso fabricado por Rosa Emilia contra Acevedo Vilá se le salió el
refajo, ahora sencillamente se ha despatarrado. O como decían en el campo sobre los muchachos necios y díscolos
que no sabían comportarse, la fiscal federal ha salido esnúa para la sala. Y el espectáculo no es edificante. La pasión política ha destruido su obligación
profesional. ¡Pero no se pierde
mucho!
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