El
gobierno democrático-representativo moderno se inició tras la primera revolución
inglesa de 1747 contra Carlos I Estuardo, que gobernaba en forma absolutista
desde Escocia.
En esa
“revolución” se afirmaron dos principios:
el gobierno constituido por representantes del pueblo en el Parlamento,
y el gobierno limitado frente a los insolentes reyes absolutos.
El
principio de contenido social de esa revolución estableció que, frente al uso
del estado para el Rey, su oligarquía y su iglesia, el fin del estado es el
Bien Común --- de todas las clases y no de una, la de los ricos hacendados, los
grandes terratenientes y los obispos.
Esos
principios pasaron por la Revolución Francesa de 1789, y por la Revolución
Americana de 1776 hasta 1784, culminando con el proceso constitucional de 1787.
Principio
esencial común a todos esos procesos políticos es el Bien Común como referente
a toda acción pública.
Consecuencia principalísima de ese principio es la voluntad --- legal
y moral --- para que el estado, a través
del gobierno, administre los recursos públicos en beneficio de todo el pueblo,
rompiendo barreras de clase y de grupos.
En el
ejercicio sencillo y honesto de derivar de esos principios formas de conducta pública
que realicen el Bien Común, debemos anotar cómo diferentes gobiernos en Puerto
Rico han respondido a la obligación de servirle a todo el pueblo --- Bien Común
--- o el principio contrario, el gobierno de clase, de oligarcas económicos, de
amigotes del príncipe, en una declarada gestión contra el gobierno mismo, en su
concepto y naturaleza, dejando al pueblo, que es el que da el poder, a pie y
sin moneda para el pasaje.
Pregúntese
el lector de 50 años o más que asocia en su mente a los nombres de Don Manuel
A. Pérez, Antonio Cuevas Viret, Milagros Guzmán? Fueron, por muchos años, los centinelas de la probidad, la
eficiencia, y la productividad del servicio público, como celadores del Bien Común
a que tenían que responder los servidores públicos.
Pregúntese,
además, el lector que se le asocia en su mente el recuerdo de Rafael Picó, Cándido
Oliveras, Hermenegildo Ortiz, y otros Presidentes de la Junta de Planificación,
antes de llegar a ella los títeres de Rosselló y Fortuño como abogados de
empresarios, empresarios ellos mismos, o politiqueros despreciables.
La reflexión
a que tienen que conducir estos hechos históricos no puede ser otra que la de
sopesar las alternativas que se le presentan al elector --- a usted --- el próximo
6 de noviembre.
El
desgobierno desguabinado de Luis Fortuño ha destruido todas las instituciones
que marcaron en Puerto Rico --- de 1941 a 1992 --- una civilización política de
vanguardia en la modernización económica y política de nuestro mundo
latinoamericano, incluyendo gobernadores como Luis A. Ferré y Carlos
Romero. El pueblo ha anotado el
dato en su conciencia, y rechazará a Luis Fortuño como el paquete, el fraude,
el farsante, el embustero que ha sido y que continua pretendiendo ser.
Luis
Fortuño no es gobernador de Puerto Rico.
Es enemigo del pueblo de Puerto Rico, porque dice, aquí y en Estados
Unidos, que no cree en el gobierno como institución de servicio y de
justicia. ¿En qué cree
entonces? En el dinero, en el suyo
y el de Luz Eufemia, y el de sus amigotes. Imagínese el lector que en el 2008 Fortuño le hubiese advertido al pueblo, sinceramente, que él no creía en el gobierno. Ustedes se hubiesen preguntado entonces: ¿Y para qué quiere ser gobernador? En menos de cuatro años le ha dado la respuesta: para transferir el dinero del pueblo a la mafia corporativa que lo rodea.
El
pueblo necesita volver a creer en su gobierno. Es el único recurso colectivo que tiene para repechar la
crisis que le ha creado este impostor.
Alejandro
García Padilla cree en la función justiciera y de servicio del gobierno. No aspira al gobierno para destruirlo y
traicionarlo, como Fortuño.
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