Antes
de que llegue el lunes, como diría la exquisita crítica social Mayra Montero, y
antes de que Carlos Romero y su sin igual Melinda, más el arrimo teológico de
Albita Rivera disuelvan la Iglesia Católica en Puerto Rico, después de cinco
siglos y cuarto de gestión religiosa y cultural --- lo que siempre ha incluido
una dimensión social y política, porque ahí es que habitan los cristianos
reales o potenciales --- debo abordar esta nueva teología PNP en sus supuestos
y consecuencias.
La
realidad histórica e institucional de la Iglesia Católica tiene dos
dimensiones. La primera es la teológica
doctrinal, sobre la naturaleza y las causas de las cosas, en base al universo,
la sociedad y la trascendencia.
Con esa dimensión de fe y de dogma yo no me meto porque considero toda
religión como un patético infantilismo de la mente humana, la misma gente que
ha producido maravillas en la ciencia experimental, las artes y la civilización
política, y en la explosión tecnológica de nuestro tiempo, con productos más
misteriosos para el hombre ordinario que la misma Santísima Trinidad. En esa dimensión se trata de
necesidades sicológicas de los creyentes, y es cuestión de temperamentos y
estilos. “De gustibus non est
disputandum”, como decían los latinos de antaño. De gustos no se discute, punto.
Ahora
bien, las iglesias --- la Católica y las otras, que son más epidémicas que los
mosquitos del dengue --- tienen una proyección social, viven y se alimentan de
la sociedad, y a veces realizan para ella funciones positivas de tipo económico
y cultural. Están constituidas por
ciudadanos que piensan, actúan, valoran y acuerdan o confligen entre sí sobre
los fines y los medios de la vida humana en sociedad. Aunque su reino --- en la primera dimensión anotada --- no
es de este mundo, según su fundador, la iglesia y las iglesias viven, operan,
tienen efectos, y se nutren materialmente de este mundo, el mundo social y político.
Históricamente
las iglesias han aspirado al poder total en la sociedad. En el caso del cristianismo creció y se
extendió tras el zarpazo que de ella hizo el Emperador Constantino en sus
primeros siglos, y desde allí siempre ha operado con afán de control del poder
secular, hasta los dos últimos siglos, donde los estados democráticos han
separado las iglesias del Estado, sin negarles a estas su función social y sus
derechos humanos y políticos.
En los países
protestantes, desde 1516 en adelante, se ha registrado el mismo proceso: reclamo de independencia teológica con
intentos de dominio del ámbito secular.
En las
Constituciones de Estados Unidos y Puerto Rico se consagra la libertad
religiosa y la política de manos afuera del Estado en asuntos internos y
doctrinarios de las iglesias. El
concepto que mejor expresa ese principio es el que prohíbe al Estado
“establecer” religión alguna mediante el poder secular ordenado para fines
utilitarios y temporales.
En
Puerto Rico la Iglesia Católica oficialmente proclamó en 1960, mediante
decretos de sus obispos que era incompatible ser católico y popular democrático
a la vez. Muchos líderes
republicanos de entonces, como Baltasar Corrada del Río, tomaron parte activa
en aquella aberración. El Vaticano
desautorizó aquella jugada eclesiástica, y los obispos fueron sacados de Puerto
Rico.
Pero
hay gente que no aprende, de un lado y de otro. Hoy, los politicastros más obtusos del PNP, Carlos Romero,
su hija Melinda y Albita Rivera agitan contra el arzobispo Roberto González
Nieves porque expresa --- en armonía con todas las encíclicas del papado del
Siglo 20 y 21 --- la responsabilidad del
cristiano católico en el ámbito secular: la preservación de la cultura y la identidad nacional
puertorriqueña, la justicia social y los derechos humanos y políticos de todos
los ciudadanos. Eso ofende a los
analfabetos y trogloditas del PNP, y piden al electorado católico que abandone
la iglesia como si se tratara de un club privado de Caparra o Garden Hills.
No niego
que la iglesia mejoraría muchísimo --- éticamente hablando --- sin estos
politicastros incultos y voraces de poder total, pero el asunto es
institucional, no partidista.
¿Se le
escapará al pueblo la contradicción moral que existe entre los que atacan a la
Iglesia Católica y cultivan y sobornan a los pastores de las iglesias
pentecostales, pululando por sus púlpitos, empezando por la “primera dama” “part-time”
y el propio gobernador, favoreciéndolos con sueldos y fondos públicos, a pesar
del record claro de buscones y raqueteros de muchos de estos pastores, que
viven de la ignorancia y los diezmos de sus congregaciones aleladas?
Estos
son los valores de Fortuño y el PNP --- la contradicción, la mentira, el
soborno de los pastores con los dineros del pueblo. Y por si acaso alguien se da cuenta, tienen a Romero, a
Melinda y a Albita como pelotón teológico para abolir la Iglesia Católica de
Puerto Rico.
Hay que
recordar bien de qué Romero estamos hablando. Porque en El Salvador hace varias décadas, otro Romero, un
cristiano verdadero, el Obispo Arnulfo Romero, fue asesinado frente al altar de
su iglesia mientras predicaba justicia, conciencia cultural nacional y derechos humanos y civiles. Siempre es útil saber de cuál Romero
estamos hablando, de Arnulfo Romero, el mártir de la justicia y los derechos
humanos, o de Carlos Romero, el procurador de bienes raíces, de escoltas
permanentes pagadas por el pueblo, de prebendas y cabilderos millonarios en el
PNP de Luis Fortuño, a quien él mismo llamó “embustero” desde el 2004 y se le
ha olvidado convenientemente.
¡En qué quedamos!
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