“Me
gustas cuando callas”, decía Pablo Neruda, “porque estás como ausente”. Pero ahora recuerdo que el bocón,
el fantoche alcalde de San Juan no sólo calla, sino que se ausenta de su
obligación cívica de responder por sus actos y justificar su pretensión de reelección
compareciendo ante los sanjuaneros y el País a dar cuenta de su record y sus
planes, en el supuesto de que se reelija.
¿Cómo
puede jugar Jorge Santini el papelón de ausente --- de cobarde --- para no enfrentarse
a su pueblo a justificar esa pretensión de continuidad? ¿A quién le teme, al pueblo que lo juzgaría,
o a la dama que lo reta? ¿Cómo es
que tan machote de palabra se le va huyendo a Carmen Yulín, una dama seria,
inteligente, motivada por un mejor servicio público a un San Juan que ella define como de todos?
Hay dos
actitudes despreciables en la cobardía política de Santini --- que recuerda las
expresiones de nuestros jíbaros galleros cuando uno de sus gallos salía huyendo
como “manilo”, juyilón, después de lo cual no podía asistir a ninguna gallera
sin convocar la burla universal.
Por un lado, la arrogancia, que desprecia un evento de
confrontación democrática, ante el pueblo, de record y propuestas para la enorme ciudadanía
de San Juan. Pero además, de la
arrogancia --- la ventosidad egolátrica que el alcalde ventea continuamente ---
está la insolencia de despreciar al pueblo mismo, más allá de su patanería usual
con todo el que se le enfrente. El
Presidente Obama y los candidatos que lo retan, en el plano federal y estatal,
aceptan los debates como una obligación cívica, porque le deben esa deferencia
al pueblo. Y porque, además, creen
que pueden dar buena cuenta de sus obras y propuestas.
Despreciar
--- no a Carmen Yulín, sino al pueblo de San Juan --- mediante la juyilanga,
denota inferioridad intelectual y moral.
Y es posible que en eso tenga razón. Porque el hombre no tiene estilo, ni tiene cultura urbana,
no puede lidiar al nivel de los conceptos de lo que es una gran ciudad.
¿Podría
uno imaginarse a Jorge Santini en la Plaza de la Signoría, en Florencia, o
frente al Alcazar de Toledo, San Francisco o Atlanta, y discernir la estructura
funcional y estética de una gran ciudad?
Claro que no. El puede
autorizar millones para poner anuncios que despisten al pueblo de la realidad
fea y espantosa que preside, pero no articular visiones plausibles de
funcionalidad en lo que podría ser una gran capital. Por eso se huye.
Su propio historial pedestre lo alcanzó.
¡Mucha mujer Carmen Yulín, para Santini!
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