martes, 2 de octubre de 2012

Un Ataque Frontal a la Esperanza


Dijo Román Baldorioty de Castro hace casi siglo y medio que “los pueblos como los individuos, cuando pierden su último rayo de esperanza, se degradan, o se suicidan”.  Lo que ha estado ocurriendo en Puerto Rico durante los últimos tres años parece confirmar, dolorosamente, aquella advertencia.

Día a día, y cada día peor, el gobierno de Luis Fortuño desmoraliza y pisotea principios, usos e instituciones que cuajaron el Puerto Rico moderno, de antes del 2009.  Ya nada sorprende, ya nada ruboriza, ya nada da pie o pretexto a la esperanza.  Cuando el Departamento de Justicia se convierte en mensajero descarado de los apetititos de dinero y de poder de la mafia fortuñista; cuando las cortes no son árbitros entre las partes para declarar el estado de derecho; cuando la Universidad se utiliza para atornillar presidiarios y delincuentes del orden civil, o parientes de un gobernador desacreditado y vomitado por el pueblo, como Pedro Rosselló; cuando se saquea el dinero público --- que se reclama escaso para financiar obras y servicios básicos del pueblo --- es hora de preguntarse por la esperanza.

Normalmente el pueblo, sumido en sus crisis de insuficiencia, espera contra toda esperanza por algún político o partido que rompa lanzas por la justicia y la vergüenza en el orden público.  Este tipo de esperanza --- en virtud del descalabro moral del poder público que sufre --- está en crisis, porque el dinero y la mentira están atornillados en el poder.  El momento angustioso que la amoralidad e inmoralidad del PNP y Fortuño le han impuesto al País, muy bien podría traducirse en impotencia y desesperanza.  Entonces, por primera vez en nuestra historia, no se trata de que el pueblo cifre esperanzas en algunos políticos, sino que estos políticos --- los que han sobrevivido la inmundicia del Rossellato y del Fortuñato --- serán los que tengan que cifrar sus esperanzas en el pueblo.  Porque si el pueblo se anonada, si se aturde ante el reino del mal, si se agota emocionalmente, si olvida, entonces los canallas, los depredadores  del peculado, reinarán triunfantes y no quedará País que defender.

La corrupción, de Fortaleza a los municipios, andan en la gestión del atornillamiento en todas las agencias, en la Universidad --- lo que queda de ella --- sin escrúpulos, sin vergüenza alguna.

La salud de una civilización depende de que su componente cívico de pueblo sea más fuerte que su Estado y su gobierno.  En el fascismo el Estado abruma y pisotea la sociedad.  No respeta a nada ni a nadie.  Ni a los encamados, porque hasta ellos llega el fraude de los O’Neill, de los Mundo, de los Fortuño como cabecilla silencioso y safio de esa masiva operación de hurto moral de la conciencia de los que no pueden defenderse.

Contra todo eso, la esperanza no puede anclarse en los políticos, tiene que anclarse en el sentido común, la moral sencilla e intuitiva del pueblo, porque las motivaciones del pueblo son siempre más sanas y honestas que las de los políticos profesionales.

Claro está, el pueblo necesita políticos que interpreten, organicen y expliquen sus anhelos.  Son estos políticos los que, maltratados por la bota fascista del dictador de Fortaleza, tienen que actualizar las esperanzas del pueblo, que son las suyas, si es que verdaderamente son las suyas.

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