Dijo Román
Baldorioty de Castro hace casi siglo y medio que “los pueblos como los
individuos, cuando pierden su último rayo de esperanza, se degradan, o se
suicidan”. Lo que ha estado
ocurriendo en Puerto Rico durante los últimos tres años parece confirmar,
dolorosamente, aquella advertencia.
Día a día,
y cada día peor, el gobierno de Luis Fortuño desmoraliza y pisotea principios,
usos e instituciones que cuajaron el Puerto Rico moderno, de antes del
2009. Ya nada sorprende, ya nada
ruboriza, ya nada da pie o pretexto a la esperanza. Cuando el Departamento de Justicia se convierte en mensajero
descarado de los apetititos de dinero y de poder de la mafia fortuñista; cuando
las cortes no son árbitros entre las partes para declarar el estado de derecho;
cuando la Universidad se utiliza para atornillar presidiarios y delincuentes
del orden civil, o parientes de un gobernador desacreditado y vomitado por el
pueblo, como Pedro Rosselló; cuando se saquea el dinero público --- que se reclama escaso para
financiar obras y servicios básicos del pueblo --- es hora de preguntarse por
la esperanza.
Normalmente
el pueblo, sumido en sus crisis de insuficiencia, espera contra toda esperanza
por algún político o partido que rompa lanzas por la justicia y la vergüenza en
el orden público. Este tipo de
esperanza --- en virtud del descalabro moral del poder público que sufre ---
está en crisis, porque el dinero y la mentira están atornillados en el
poder. El momento angustioso que
la amoralidad e inmoralidad del PNP y Fortuño le han impuesto al País, muy bien
podría traducirse en impotencia y desesperanza. Entonces, por primera vez en nuestra historia, no se trata
de que el pueblo cifre esperanzas en algunos políticos, sino que estos políticos
--- los que han sobrevivido la inmundicia del Rossellato y del Fortuñato --- serán
los que tengan que cifrar sus esperanzas en el pueblo. Porque si el pueblo se anonada, si se aturde
ante el reino del mal, si se agota emocionalmente, si olvida, entonces los
canallas, los depredadores del
peculado, reinarán triunfantes y no quedará País que defender.
La
corrupción, de Fortaleza a los municipios, andan en la gestión del
atornillamiento en todas las agencias, en la Universidad --- lo que queda de
ella --- sin escrúpulos, sin vergüenza alguna.
La
salud de una civilización depende de que su componente cívico de pueblo sea más
fuerte que su Estado y su gobierno.
En el fascismo el Estado abruma y pisotea la sociedad. No respeta a nada ni a nadie. Ni a los encamados, porque hasta ellos
llega el fraude de los O’Neill, de los Mundo, de los Fortuño como cabecilla
silencioso y safio de esa masiva operación de hurto moral de la conciencia de
los que no pueden defenderse.
Contra
todo eso, la esperanza no puede anclarse en los políticos, tiene que anclarse
en el sentido común, la moral sencilla e intuitiva del pueblo, porque las
motivaciones del pueblo son siempre más sanas y honestas que las de los
políticos profesionales.
Claro
está, el pueblo necesita políticos que interpreten, organicen y expliquen sus
anhelos. Son estos políticos los
que, maltratados por la bota fascista del dictador de Fortaleza, tienen que
actualizar las esperanzas del pueblo, que son las suyas, si es que
verdaderamente son las suyas.
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