Por allá
por 1935, en el Barrio Nuevo de Bayamón, tener una vaca de leche significaba
mucho en la alimentación de la familia.
Recuerdo cómo, a cargo de pastorear una becerra para convertirla en vaca
de leche, observé su tendencia a sacar la cabeza por dentro de los alambres de púas
que marcaban el lindero de su pastoreo.
Viendo al otro lado del alambre unas verdes espigas tentadoras, allá iba
su esfuerzo alimentario. El
problema era cómo sacar la cabeza del alambre sin cortarse todo su cuello y
garganta. Misión imposible --- era,
de seguro, un regreso ensangrentado.
Esa imagen de torpeza animal ha acudido a mi
recuerdo durante los últimos días al observar al Tribunal Supremo --- su caucus
mayoritario PNP --- arrebatar al Tribunal Superior el caso del escrutinio de
las últimas primarias, lo que ha constituido un episodio sórdido de corrupción política,
pensando que se ponía galones partidistas ante su jefe Luis Fortuño.
Pero el tiro le salió por la culata: la opinión pública, masivamente,
repudió el atraco, y el Supremo Tribunal, supremo fotuto de Fortuño, acusó el
golpe de la opinión pública y sencillamente se amantequilló, metió la cabeza
debajo de la arena. “Que decidan
los partidos”, determinó.
Precisamente lo que el PNP había evitado con su recurso judicial frívolo
e ilegítimo.
Luis Fortuño, y Ángel Cintrón como su agente,
tuvieron que recular y acatar las decisiones rectas y honestas del juez Conty,
un PNP con carácter y valor personal.
El Supremo sacó la cabeza del otro lado del
alambre pero ha quedado sangrando, sangrando deshonor, además de incompetencia jurídica. Se ha reducido al triste papel de
salvar cara.
¡Sucio difícil!
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