Afirmé en el artículo anterior de este espacio que es enteramente posible que el PPD pueda reconstruir a Puerto Rico, a partir de enero del 2013, si se dan ciertas condiciones en el liderato que entonces dirija los destinos del País.
En
primer lugar, la nueva situación, la heredada no sólo de
Fortuño, sino de varias administraciones
anteriores, debe instaurar un estilo moral e intelectual radicalmente nuevo
comparado con el último medio siglo.
Se trataría de una actitud política radicalmente diferente a la que hoy padecemos.
Para los que le gusta
invocar a Luis Muñoz Marín, recuerden que la esencia de su liderato se centró
en “el pueblo”, “el País”, “la gente”.
Fue sólo como producto de un proceso de sinceración con esos entes
morales, dueños del estado y del gobierno, que pudo Muñoz dirigir al País,
frenar las pasiones políticas partidistas --- de su propio partido --- para que
se cumplieran los altos fines de su misión de rescate de la pobreza, del
desempleo, del fatalismo de los campesinos, de los obreros, de los pequeños
comerciantes, de las masas analfabetas que eran Puerto Rico bajo el yugo de los
republicanos latifundistas y colonos de caña que poseían a Puerto Rico en los
años treinta.
No valdría la pena,
para el pueblo, que el Partido Popular ganara las elecciones de noviembre, y
que en la tarde del 2 de enero el nuevo gobernador dedique su pensamiento a
cómo ganar las elecciones del 2016.
Sería sencillamente una desgracia, una repetición de Fortuño, otra traición.
Eso nos lleva a
reflexionar sobre la naturaleza y la función de los partidos en la democracia,
en contraste con la función del estado, del gobierno, que supuestamente es un
agente del pueblo entero para resolver sus problemas.
Los partidos tienen la
función de proponer ideas, soluciones, mediante la organización de una parte de
la opinión pública para esos fines.
En su gestión partidaria --- de una parte --- enlista ideas, pasiones,
deseos, intereses, frente a otros partidos, es decir, otras partes de la sociedad
política. Pero el estado, el
gobierno, el gobernante, no pueden ser portavoces o agentes de una parte. Su justificación ética y política es el
Bien Común, el todo.
Puerto Rico, en la
multiplicidad de sus crisis --- de economía, de servicios, de pasiones fuera de
control, de sensibilidad ambiental, y de justicia distributiva, no tiene
arreglo si el próximo gobernador no amanece el 3 de enero del 2013 libre del
yugo de su propio partido. El
partido seguiría haciendo lo suyo, pero el Gobernador tiene que liberarse de
esa centrífuga moral que es el partidismo, aunque sea el de su propio partido,
para sentirse libre moral y políticamente libre, ante su pueblo.
Una de las funciones
irrenunciables del gobernante, ante la diversidad de criterios y de desempeño
partidista de las Legislaturas --- la suya o la del otro partido --- es la de
ejercer su liderato a nombre de todo el pueblo, para enderezar los entuertos de
la politiquería legislativa --- del partido que sea --- a nombre de todo el
pueblo. Lo contrario produce
figuras decorativas, patéticas, como la de Luis Fortuño.
Eso el lo que
significa ser hombre de estado, a diferencia de mero agente partidista.
El liderato que el
pueblo concede, en el proceso eleccionario, hay que conservarlo aún a
contrapelo de la propia mayoría que lo llevó al poder. Lo otro es convertirse en una tuerca
más de una maquinaria moralmente torpe.
Lo otro es … otro Fortuño, más de lo mismo. Y el País y el pueblo, a las ventas…
-- Parte III -- Enero del 2013
-- Parte III -- Enero del 2013
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