La
calentura independentista no está en la sábana del PIP. Está en el organismo político que es el
Pueblo de Puerto Rico: historia,
carácter, juicio prudencial de consecuencias. Esas realidades han hecho de la independencia una fantasía
evanescente.
No se
trata de los defectos del liderato del PIP: se trata del pueblo, y de cómo este percibe separarse de los
valores y conveniencias de su relación política, cultural y humana, con los
Estados Unidos. La china de la
independencia no da más jugo, que no sea el de una irrelevante retórica moral.
Recuerde
el lector que tras esa independencia fantasiosa se han jugado líderes
inteligentes y patriotas como Pedro Albizu Campos y Juan Mari Bras. Tras más de 80 años de lucha, el
balance es enteramente negativo, hasta el absurdo de un liderato PIP votando y
asociándose con sus antípodas estadistas a ver si destruyen políticamente al
centro democrático que es el ELA, cuyo desarrollo está abierto al futuro.
Ni
Albizu ni Juan Mari pensaron jamás que el PIP---supuestamente el partido de la
independencia---se convirtiera en bastón de la estadidad para tratar de
salvarle el pellejo maltrecho a Luis Fortuño, el más grande enemigo de la
independencia.
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