Igual
puede decirse de la democracia liberal --- puede que tenga amplio respaldo
popular, de votos, pero si no es liberal --- es decir, si no es limitada en
cuanto a la acción del Estado sobre los individuos y los grupos de interés ---
no es real democracia del pueblo.
Casi todos los dictadores y caudillos de la historia han obtenido mayoría
de votos. Eso no los convierte en
democráticos.
Sólo de
1647 hacia acá, en Inglaterra se acuñó --- contra los reyes absolutos --- esa
democracia liberal, de votos, pero también de libertades fuera del alcance de
los votos. Esa es la base histórica
y doctrinal de la Constitución de los Estados Unidos, y andando el tiempo, de
toda Europa. Esa teoría y esa
tradición exigen al brazo administrativo del Estado, que es el que gobierna, a
realizar el Bien Común para todo el pueblo, todo --- no para un grupito privilegiado.
La
verdad histórica es que a excepción de breves periodos de la democracia griega,
y más breves aún de la república romana, la estructura histórica del estado y
del gobierno han sido oligárquicas --- una casta de los pocos ricos --- que hacían
y deshacían sobre los muchos pobres.
Sólo al surgir las clases medias, que desde Aristóteles se consideraban
como la garantía para atender a los muchos, medianos y pobres, se asoma el
Estado a la justicia. Así ha sido
desde el siglo de Pericles en Grecia, hasta el régimen de Barack Obama en
Estados Unidos, y en Puerto Rico desde 1941 al 2008, antes de restablecerse la oligarquía
guaynabita de Luis Fortuño.
En
Puerto Rico, a partir del hecho de que el gobernante y el candidato necesitan
el voto del pueblo para legitimarse, la oligarquía guaynabita tiene que
explicarse, justificarse en sus posturas y acciones. Y ahí es que reside la situación sin precedentes que vive
muestro País: una pequeña oligarquía
económica y partidista saquea, succiona el patrimonio y el dinero público, sin
el más mínimo asomo de justificación de sus raterías oficiales, dirigidas y
sancionadas por el gobernador Fortuño e impuestas implacablemente por su
camarilla de beneficiados.
Antes
de 1940, los viejos “colmillús” intentaban justificarse. Reclamaban que sus haciendas --- café,
tabaco y caña --- proveían el único empleo entonces existente, una especie de
esclavitud feudal que explotaba al agregado, al peón, al arrimao de los
propietarios latifundistas. Los
colmillús de hoy --- bancos, aseguradoras, empresarios del gran comercio --- no
intentan en lo más mínimo justificarse.
Richard Carrión presidió el Comité que produjo la Ley 7, y las distintas
“emergencias” que declaró Fortuño y luego se fue a su banco a beneficiarse de
la legislación que este recomendó, empleando a la supuesta Primera Dama para
participar del botín escritural resultante.
Antes
de 1940 ningún político había asumido el papel de “educador” sobre la
democracia y la economía. Muñoz Marín asumió ese rol y cosechó para el País el fruto de su siembra. El pueblo necesita hoy educadores
comparables, que escasean a montones.
Como en
toda sociedad organizada, el pueblo tiene amigos --- los que responden a sus
problemas, necesidades y angustias --- y tiene enemigos, los oligarcas, guaynabitos
y fortuñistas que forman la maléfica trinidad que los desprecia. Estamos para ver entonces si una
sociedad abierta, de amplia comunicación política y social, el pueblo, el 90
por ciento del pueblo que gime bajo la oligarquía guaynabita de Fortuño, es
capaz de distinguir entre sus enemigos --- Fortuño y sus contratistas --- y su amigos, los que cuentan tras de
sí con un record de más de 70 años de creatividad institucional que insertó a
Puerto Rico en el desarrollo, la modernidad y la democracia. Democracia liberal, y no redada
fascista contra los derechos y libertades del pueblo, es lo que hay que
defender y conservar.
¿Votará el pueblo, aún dándole la realidad en
la cara, por sus enemigos o recordará quienes son sus amigos?
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