No bien
habían transcurrido una decena de años después de establecerse la Constitución,
ya la realidad política había cuajado en dos grandes partidos, los
“federalistas” --- sostenedores de un gobierno federal fuerte, abuelos de los demócratas
de hoy --- y los “anti-federalistas” abuelos de los republicanos de hoy,
defensores de un gobierno federal débil, como campo abierto a la oligarquía del
dinero, la industria y el comercio.
Jefferson lidereó a estos últimos y Hamilton a los primeros.
Docenas de veces en los 225 años de la
República se ha intentado construir una tercera alternativa partidista, con muy
poco o ningún éxito. Primero, el
“Progressive Movement” de Robert La Follete en el último tercio del siglo 19,
que brilló por un rato y se extinguió al calor gravitacional del
bipartidismo. El intento se reanudó
en 1948, cuando Henry Wallace y Rexford Tugwell, entre otros, fundaron el
Partido Progresista como un partido democrático. No llegó a ningún sitio ante el valor y el coraje de Harry S.
Truman, que también de paso derrotó al fascista-racista George Wallace y su
partido Dixie.
Esa lección
está demasiado aprendida desde entonces, y cuando se olvida tiene un costo político
altísimo para la democracia. A la
vista está. Cuando Ralph Nader, el
defensor de los consumidores y fiscal de los emporios capitalistas, fundó
partidos mini --- comparados con
los tradicionales ---, lo único que logró fue derrotar a Al Gore y a John Kerry,
dos demócratas con programas imperfectos porque le restaron suficientes votos, en
Florida y Ohio, como para elegir dos veces a George Bush --- su supuesto
archienemigo ideológico. Los
partidos pequeños, que obedecen a aspiraciones ideológicas perfectas no tienen tracción
en el electorado que sabe de donde le aprieta el zapato. Pueden ayudar a derrotar, pero no
pueden ganar. Son gomas sin estrías
--- sin tracción en la carretera electoral.
A Luis
Muñoz Marín, de 1941 a 1964, trataron de crearle partidos alternos, y todos se
estrellaron contra la masa democrática agradecida por la obra de transformación
social y económica que el dirigió.
En su caso, la excepción probó la regla: cuando en 1968 Muñoz sufrió un brote caudillista y quiso
ahogar la voz del pueblo popular, un sector numeroso nos negamos a su pretensión
antidemocrática y derrotamos al hasta entonces glorioso PPD. El tiempo pasó, se confesó el error, y
el PPD retomó su rumbo de democracia y justicia social.
Ahora
bien, a la altura del 2012, frente a un gobierno de corte fascista y oligárquico,
que ha diezmado la economía del País, su servicio público, y asaltado
partidistamente todas las instituciones libres y los cuerpos de gobierno que
antes administraban para todo el pueblo, para usarlos en forma partidista cruda
y cínica, pretender dividir la fuerza de riposta del País en aras de partidos
sin líderes reconocidos y sin gente, sin experiencia y sin programa
comunicable, es fallarle al País.
Se trata del síndrome La Follete, o del síndrome Wallace, o del síndrome
Ross Perot, o del síndrome Nader:
pueden hacer mucho daño y ningún bien al País. Porque es momento de concentración de fuerzas contra el mal
absoluto: el fascismo oligárquico
de Luis Fortuño y su brigada de saqueadores del patrimonio público.
Desde algún
lugar radiante de la eternidad, Luis Muñoz Marín debe estar comunicándole una
advertencia a los mini-partidos:
¡Si se dividen, se revientan!
Votarán para conservar, de hecho, no de maldad, el mal absoluto que
representa y dirige Luis Fortuño.
En ese caso, la perfección ideal de cada partido habrá derrotado toda la
posibilidad real de rescatar a Puerto Rico --- como los griegos a Elena --- de
manos de los bárbaros.
Si
alguna duda cabe, de este razonamiento político --- no filosófico, no metafísico,
no ideológico --- pregúntese el lector la situación previsible el 7 de
noviembre, o el tres de enero del 2013:
¿con qué va el MUS, o el PIP, o el PPT, o el PPR a rescatar la
Universidad, el Tribunal Supremo, el Colegio de Abogados, Las Comunidades
Especiales, AEELA, el Fideicomiso del Caño, y todas las instituciones tragadas
por la maquinaria destructiva de Fortuño y sus huestes fascistas?
La pregunta
en sí inquieta la inteligencia, porque desde la pretensión de ser revolucionarios
sociales, esos partidos jurídicos, sin pueblo, habrán confirmado con su
protagonismo insensato lo que dicen que aborrecen: el fortuñismo rancio e implacable contra todo lo que huela a
decencia en la vida pública de este País.
Todo lo
anterior, en desprecio a una alternativa realista: lo que ha hecho el MINH --- una cruzada de educación cívica,
de reflexión, en busca de la inteligencia y sentido nacional de nuestro pueblo,
a lo Eugenio María de Hostos. Eso no
destruye, eso queda, eso no le hace el juego a los enemigos del pueblo.